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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Mucho honor -repitió Chicot-, imitando<br />

tan exactamente la voz <strong>de</strong>l rey, que habría<br />

podido creerse que aquellas palabras salían<br />

<strong>de</strong> su boca.<br />

-Señor -repuso el duque <strong>de</strong> Guisa-, Vuestra<br />

Majestad se burla sin duda: ¿cómo ha <strong>de</strong><br />

honrar mi visita a aquel <strong>de</strong> quien proce<strong>de</strong><br />

todo honor?<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir, M. <strong>de</strong> Guisa -respondió Enrique-,<br />

que todo buen católico tiene costumbre<br />

al volver <strong>de</strong> la guerra ir a ver a Dios primero<br />

en alguno <strong>de</strong> sus templos: al rey se le<br />

visita luego <strong>de</strong> haber visto a Dios. Ya sabéis,<br />

primo, que honrar a Dios y servir al rey, es<br />

un axioma semipolítico, semireligioso.<br />

Cubrióse el semblante <strong>de</strong>l duque <strong>de</strong> Guisa<br />

<strong>de</strong> un rubor mucho más vivo que la vez primera;<br />

el rey, que le estaba mirando mientras<br />

hablaba, lo observó; sus ojos, como guiados<br />

<strong>de</strong> un movimiento instintivo, se dirigieron <strong>de</strong>l<br />

duque <strong>de</strong> Guisa al <strong>de</strong> Anjou, y entonces vio<br />

con sorpresa que su hermano se había puesto<br />

tan pálido como colorado estaba su primo.<br />

Aquella emoción que se manifestaba <strong>de</strong><br />

dos modos tan distintos, le chocó. Volvió con

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