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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Cuando yo te lo <strong>de</strong>cía -agregó Chicot tocando<br />

al rey con el codo.<br />

-Olvidáis a Juana <strong>de</strong> Albret, la madre <strong>de</strong>l<br />

Bearnés, que murió por la nariz, por haber<br />

olido un par <strong>de</strong> guantes perfumados que<br />

compró en el puente <strong>de</strong> San Miguel, en casa<br />

<strong>de</strong>l Florentino: acci<strong>de</strong>nte inusitado, pero que<br />

sorprendió a todo el mundo, tanto más cuanto<br />

que había entonces algunas personas que<br />

<strong>de</strong>seaban su muerte. ¿Negaréis, monseñor,<br />

que esta muerte os sorprendió?<br />

El duque no contestó, pero frunció las cejas,<br />

dando a sus miradas una expresión mucho<br />

más sombría.<br />

-¿Y el acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l rey Carlos IX, que olvida<br />

Vuestra Alteza? -prosiguió el duque-;<br />

éste bien merece referirse, porque no le sobrevino<br />

el acci<strong>de</strong>nte ni por el ojo, ni por el<br />

oído, ni por el hombro, ni por la nariz: le sobrevino<br />

por la boca.<br />

-¡Todavía! -murmuró Francisco.<br />

Y Enrique III oyó los pasos <strong>de</strong> su hermano<br />

que se retiraba aterrorizado.<br />

-Sí, monseñor, por la boca -repitió el <strong>de</strong><br />

Guisa-: son muy peligrosos los libros <strong>de</strong> caza

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