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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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Ahora bien, mientras el duque <strong>de</strong> Anjou<br />

efectuaba sus reconocimientos y Bussy sus<br />

saqueos, M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong> llegaba a las puertas<br />

<strong>de</strong> Angers en su caballo <strong>de</strong> caza.<br />

Serían las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>; para llegar a<br />

las cuatro había tenido que andar M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong><br />

dieciocho leguas aquel día; por eso<br />

sus espuelas se hallaban rojas <strong>de</strong> sangre, y<br />

su caballo blanco <strong>de</strong> espuma y medio muerto.<br />

Ya había pasado el tiempo en que se ofrecían<br />

dificulta<strong>de</strong>s a los caminantes para entrar<br />

en la ciudad; los angevinos se habían hecho<br />

tan orgullosos y negligentes que habrían <strong>de</strong>jado<br />

pasar sin obstáculos un batallón <strong>de</strong> suizos,<br />

aunque estos suizos hubiesen ido a las<br />

ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l mismo Crillon.<br />

M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong>, que no era Crillon, entró<br />

sin <strong>de</strong>tenerse diciendo:<br />

-Voy al palacio <strong>de</strong>l señor duque <strong>de</strong> Anjou.<br />

No oyó la contestación <strong>de</strong> los milicianos <strong>de</strong><br />

guardia: su caballo parecía que sólo se sostenía<br />

sobre las piernas por un milagro <strong>de</strong> equilibrio<br />

<strong>de</strong>bido a la ligereza con que andaba; iba<br />

el pobre animal sin saber si existía, y parecía

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