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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Vamos, M. Chicot, al grano: ya sabéis que<br />

sólo disponemos <strong>de</strong> unos pocos minutos.<br />

-Optime -exclamó Chicot-; unos pocos minutos<br />

es mucho, y en unos pocos minutos se<br />

pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>cir muchas cosas; os diré, pues,<br />

que en verdad, pudiera haberme ahorrado el<br />

trabajo <strong>de</strong> preguntaros, puesto que si no sois<br />

<strong>de</strong> la Santa Liga, lo seréis evi<strong>de</strong>ntemente, por<br />

que M. <strong>de</strong> Anjou lo es.<br />

-M. <strong>de</strong> Anjou, ¿quién os lo ha dicho?<br />

-Él mismo, hablando a mi persona, como<br />

dicen, o más bien, como escriben los señores<br />

curiales; como escribía, por ejemplo, el buen<br />

Nicolás David, antorcha <strong>de</strong>l forum parisiense,<br />

la cual antorcha se extinguió sin que se haya<br />

podido saber quién la ha apagado; y ya conoceréis<br />

que, siendo el duque <strong>de</strong> Anjou <strong>de</strong> la<br />

Liga, no podéis, señor con<strong>de</strong>, <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pertenecer<br />

a ella, vos que sois el brazo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

Su Alteza; porque la Liga sabe perfectamente<br />

lo que se hace y no hubiera elegido un jefe<br />

manco.<br />

-¿Y luego, M. Chicot? -preguntó Bussy, en<br />

tono más cortés que el que había empleado<br />

hasta entonces.

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