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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-¡Ah! ya vas cediendo -gritó Quelus redoblando<br />

sus golpes. -¡Toma! -dijo Bussy-, por<br />

ahí pue<strong>de</strong>s juzgar.<br />

Y con el pomo <strong>de</strong> la espada le dio un golpe<br />

en la sien. Quelus cayó en tierra al impulso<br />

<strong>de</strong> este golpe.<br />

Luego Bussy, exaltado, furioso como el jabalí<br />

que cae sobre los perros <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberles hecho frente, lanzó un grito terrible<br />

y se lanzó hacia a<strong>de</strong>lante. D'O y d'Epernon<br />

retrocedieron: Maugiron había levantado a<br />

Quelus y le tenía abrazado; Bussy rompió con<br />

el pie la espada <strong>de</strong> este último, y atravesó <strong>de</strong><br />

una estocada el antebrazo <strong>de</strong> d'Epernon. Por<br />

un momento quedó vencedor, pero Quelus<br />

volvió a él; Schomberg, herido y todo, entró<br />

otra vez en liza; y cuatro espadas se levantaron<br />

<strong>de</strong> nuevo contra su persona. Otra vez se<br />

juzgó perdido. Reunió todas sus fuerzas para<br />

verificar su retirada, y retrocedió paso a paso,<br />

a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse con la pared por la<br />

espalda. Ya el sudor frío <strong>de</strong> su frente, el rumor<br />

sordo <strong>de</strong> sus oídos y la venda dolorosa y<br />

sangrienta que se extendía sobre sus ojos, le<br />

anunciaban la extinción <strong>de</strong> sus fuerzas. <strong>La</strong>

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