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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Creo que tienes razón, Chicot, y por Dios<br />

que <strong>de</strong>seo. ..<br />

-¡Pues anda! -repuso Chicot empujándole.<br />

Enrique abrió suavemente la puerta <strong>de</strong>l corredor<br />

que daba al aposento inmediato, antiguo<br />

cuarto <strong>de</strong> la nodriza <strong>de</strong> Carlos IX y habitado<br />

entonces por San Lucas. Mas apenas<br />

había dado cuatro pasos oyó que la voz redoblaba<br />

sus reconvenciones y que Chicot contestaba<br />

con súplicas y lamentos.<br />

-Sí -<strong>de</strong>cía la voz-, eres inconstante como<br />

una mujer, muelle como un sibarita, corrompido<br />

como un pagano.<br />

-¡Hi, hi! -<strong>de</strong>cía Chicot fingiendo que lloraba-,<br />

¡hi! ¡hi! ¡hi! ¿qué culpa tengo yo, gran<br />

Dios, <strong>de</strong> que me hayas hecho la piel tan suave,<br />

las manos tan blancas, y el corazón tan<br />

voluble? Pero ya se concluyó, Dios mío, y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hoy prometo no ponerme camisa sino<br />

<strong>de</strong> tela gruesa. Me enterraré en un muladar<br />

como Job, y comeré estiércol <strong>de</strong> vaca como<br />

Ezequiel.<br />

Entretanto, Enrique continuaba por el corredor<br />

a<strong>de</strong>lante, observando con asombro<br />

que a medida que se disminuía la voz <strong>de</strong> Chi-

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