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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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teza y no las busquemos por nosotros mismos.<br />

-Voto por un montero mayor cualquiera -<br />

exclamó Livarot-, aunque sea M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong>.<br />

El duque se sonrió; era el único que sabía<br />

la llegada <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>. Apenas acabó Livarot su<br />

frase, se abrió la puerta y entró M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong>.<br />

El duque lanzó al verle una exclamación<br />

tanto más estruendosa, cuanto que resonó en<br />

medio <strong>de</strong>l silencio general.<br />

-Vedle aquí -dijo-: el Cielo nos favorece,<br />

pues nos envía al instante lo que <strong>de</strong>seamos.<br />

<strong>Monsoreau</strong>, estupefacto al ver la serenidad<br />

<strong>de</strong>l príncipe, serenidad que en semejantes<br />

casos no era habitual en Su Alteza, saludó<br />

con aire <strong>de</strong> turbación, y volvió la cabeza <strong>de</strong>slumbrado<br />

como un búho a quien <strong>de</strong> pronto<br />

trasladasen <strong>de</strong> la obscuridad al sol.<br />

-Sentaos allí y cenad -dijo el duque, indicando<br />

a M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong> una silla enfrente<br />

<strong>de</strong> la suya.<br />

-Monseñor -respondió <strong>Monsoreau</strong>-, tengo<br />

sed, tengo hambre, estoy cansado, pero no

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