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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Adiós, pues, monseñor -dijo Aubigné<br />

dando media vuelta-: estoy a vuestras ór<strong>de</strong>nes,<br />

M. <strong>de</strong> Bussy.<br />

Y se ausentó.<br />

Bussy saltó ligeramente a la grupa <strong>de</strong> su<br />

caballo, y le dirigió hacia la ciudad. Por el<br />

camino le ocurrió la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> si aquel príncipe<br />

vestido <strong>de</strong> negro sería el sombrío <strong>de</strong>monio<br />

que le enviaba el infierno, celoso <strong>de</strong> su ventura.<br />

Entraron en Angers al sonar el primer toque<br />

<strong>de</strong> las trompetas <strong>de</strong> la municipalidad.<br />

-¿Qué hacemos ahora, monseñor?<br />

-Al castillo: que se enarbole mi ban<strong>de</strong>ra,<br />

que vengan a reconocerme como señor <strong>de</strong> la<br />

provincia, que se haga reunir a toda la nobleza.<br />

-Nada más fácil -dijo Bussy, <strong>de</strong>cidido a ganar<br />

tiempo por medio <strong>de</strong> la docilidad y <strong>de</strong>masiado<br />

sorprendido a<strong>de</strong>más para <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser<br />

dócil.<br />

-¡Eh! ¡los <strong>de</strong> la trompeta! -gritó a los<br />

heraldos que se volvían luego <strong>de</strong> haber dado<br />

el primer toque.

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