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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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Era Remigio que cumpliendo con el <strong>de</strong>ber<br />

<strong>de</strong> su profesión hacía al herido aquel pru<strong>de</strong>nte<br />

encargo.<br />

Entre cortesanos no dura mucho la sorpresa,<br />

al menos en los semblantes: el duque <strong>de</strong><br />

Anjou hizo un a<strong>de</strong>mán para reemplazar la<br />

expresión <strong>de</strong>l suyo con una sonrisa.<br />

-¡Oh, querido con<strong>de</strong>! -exclamó-, ¡qué feliz<br />

sorpresa! ¿creeréis que nos han dicho que<br />

habíais muerto?<br />

-Venid, monseñor -repuso el herido-, venid<br />

a que os bese las manos. A Dios gracias, no<br />

solamente no he muerto, sino que espero<br />

curarme para serviros con más ardor y fi<strong>de</strong>lidad<br />

que nunca.<br />

Tocante a Bussy, que no era príncipe ni<br />

marido, es <strong>de</strong>cir, que no pertenecía a ninguna<br />

<strong>de</strong> las dos clases en que el disimulo es <strong>de</strong><br />

primera necesidad, sentía correr por sus sienes<br />

un sudor frío, y no osaba mirar a Diana.<br />

Le era insoportable ver tan cerca <strong>de</strong> su poseedor<br />

aquel tesoro, dos veces perdido para<br />

él.

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