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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Siempre estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Vuestra<br />

Alteza -contestó <strong>Monsoreau</strong>-; no obstante,<br />

estoy muy fatigado, como Vuestra Alteza se<br />

ha dignado observar hace un momento, y no<br />

podría dirigir mañana la partida. A<strong>de</strong>más,<br />

<strong>de</strong>bo antes examinar los bosques y ver en<br />

qué estado se encuentran.<br />

-Y sobre todo, señores, <strong>de</strong>jémosle ver a su<br />

mujer; ¡qué diablo! -dijo el duque con un aire<br />

<strong>de</strong> candor que <strong>de</strong>jó al pobre marido persuadido<br />

<strong>de</strong> que Francisco era su rival.<br />

-¡Concedido, concedido! -gritaron los jóvenes-,<br />

concedamos veinticuatro horas a M. <strong>de</strong><br />

<strong>Monsoreau</strong> para hacer en sus bosques lo que<br />

tenga que hacer.<br />

-Sí, señores, dadme veinticuatro horas -<br />

dijo el con<strong>de</strong>-, y yo prometo emplearlas bien.<br />

-Ahora, señor montero mayor -exclamó el<br />

duque-, os permito que vayáis a acostaros.<br />

Que lleven a M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong> a su habitación.<br />

M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong> saludó y salió, quedando<br />

libre <strong>de</strong> un gran peso. Los afligidos aman la<br />

soledad más aún que los amantes.

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