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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-¡Hermano Gorenflot! –insistió la misma<br />

voz femenina-, ¿no está aquí el hermano Gorenflot?<br />

-¡Ah! -dijo Chicot-, el hermano Gorenflot<br />

soy yo; vamos allá.<br />

Luego, alzando la voz e imitando la <strong>de</strong>l<br />

fraile su amigo, dijo:<br />

-Sí, sí, aquí estoy: me hallaba abismado<br />

en las meditaciones que ha hecho nacer en<br />

mí el discurso <strong>de</strong>l hermano <strong>La</strong> Huriére, y por<br />

eso no oí que me llamaban.<br />

Diéronle a Chicot tiempo para prepararse<br />

algunos murmullos <strong>de</strong> aprobación en favor <strong>de</strong><br />

<strong>La</strong> Huriére, cuyas palabras resonaban todavía<br />

en todos los corazones.<br />

Se dirá que Chicot podía no contestar al oír<br />

llamar a Gorenflot, pues que nadie hubiera<br />

ido a bajarle la capucha; mas es preciso recordar<br />

que habían sido contados los concurrentes,<br />

que se conocían mutuamente y se<br />

esperaban, y que si se hubiera procedido a<br />

examinar los rostros, lo cual no habría <strong>de</strong>jado<br />

<strong>de</strong> hacerse al observar la ausencia <strong>de</strong> un<br />

hombre a quien se creía presente, se habría

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