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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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dado. ¿Por qué retrocedía en vez <strong>de</strong> seguir el<br />

camino a<strong>de</strong>lante? Esto es lo que no pu<strong>de</strong><br />

compren<strong>de</strong>r. Pero había cumplido el primer<br />

artículo <strong>de</strong>l tratado <strong>de</strong>volviéndome a Gertrudis,<br />

cumplía el segundo separándose <strong>de</strong><br />

mí; nada, pues, tenía que <strong>de</strong>cir. Por otra parte,<br />

cualquiera que fuese el punto a que se<br />

dirigiera, su marcha me tranquilizaba. .<br />

Pasamos todo el día en la casita, servidas<br />

por nuestra huésped; por la noche, el que me<br />

había parecido jefe <strong>de</strong> nuestra escolta entró<br />

en mi aposento y me pidió ór<strong>de</strong>nes. Como el<br />

peligro me parecía tanto mayor cuanto más<br />

cerca <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong> Beaugé me hallase, le<br />

respondí que estaba pronta; cinco minutos<br />

<strong>de</strong>spués volvió a entrar y me indicó con un<br />

saludo que sólo a mí aguardaba. A la puerta<br />

encontré mi hacanea blanca, que había sido<br />

llevada inmediatamente, como lo había previsto<br />

M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong>.<br />

Caminamos toda la noche y nos <strong>de</strong>tuvimos<br />

al amanecer. Calculé que <strong>de</strong>bíamos haber<br />

recorrido quince leguas poco más o menos.<br />

M. <strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong> había tomado todas las precauciones<br />

necesarias para que no me fatigara

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