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confesiones-de-un-ganster-economico-john-perkins1

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elclub<strong>de</strong>lsoftware.blogspot.com<br />

—Leinster Bay. Nuestro fon<strong>de</strong>a<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> esta noche.<br />

Ahí estaba, excavada en la isla <strong>de</strong> Saint John. Una ensenada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuyo abrigo<br />

acechaban las naves piratas, aguardando el paso <strong>de</strong> la flota <strong>de</strong>l oro por aquella misma<br />

manga <strong>de</strong> agua en que nos encontrábamos. Cuando estuvimos más cerca le cedí el<br />

timón a Mary y me dirigí a la cubierta <strong>de</strong> proa. Mientras ella negociaba Watermelon<br />

Cay y embocaba la hermosa bahía, me incliné para cazar el foque y saqué el ancla.<br />

Ella recogió la mayor. Eché el ancla. La ca<strong>de</strong>na corrió y se sumergió en las<br />

transparentes aguas. La embarcación fue inmovilizándose.<br />

Después <strong>de</strong> nadar <strong>un</strong> rato, Mary bajó a echar <strong>un</strong>a siesta. Le <strong>de</strong>jé <strong>un</strong>a nota y remé<br />

con el bote neumático hasta la costa. Lo saqué <strong>de</strong>l agua cerca <strong>de</strong> las ruinas <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

antigua plantación azucarera y me quedé largo rato sentado en la orilla procurando no<br />

pensar, concentrado en tratar <strong>de</strong> vaciar <strong>de</strong> emociones la mente. Pero no lo conseguí.<br />

Más tar<strong>de</strong> me puse a trepar la<strong>de</strong>ra arriba y me hallé entre los ruinosos muros <strong>de</strong> la<br />

vieja plantación. Volví la mirada hacia nuestro velero anclado en la bahía. El sol caía a<br />

poniente sobre las aguas <strong>de</strong>l Caribe. Todo parecía muy idílico, pero yo no ignoraba que<br />

aquella plantación había sido escenario <strong>de</strong> sufrimientos inenarrables. Centenares <strong>de</strong><br />

esclavos africanos habían muerto allí, forzados a p<strong>un</strong>ta <strong>de</strong> escopeta, construyendo la<br />

casona señorial, cultivando la caña y manejando el ingenio que convertía la melaza en<br />

ron. La tranquilidad <strong>de</strong>l lugar ocultaba <strong>un</strong>a historia <strong>de</strong> brutalidad, lo mismo que en<br />

aquellos momentos ocultaba la rabia que volvía a hervir <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí.<br />

El sol <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l perfil montañoso <strong>de</strong> <strong>un</strong>a isla. Un gran arco <strong>de</strong> color<br />

magenta se extendió por el cielo. Las aguas se oscurecieron y yo me vi obligado a<br />

afrontar <strong>un</strong>a conclusión sorpren<strong>de</strong>nte: que también yo había sido <strong>un</strong> esclavista. Mi<br />

trabajo en MAIN no se limitaba a promover el en<strong>de</strong>udamiento <strong>de</strong> los países pobres<br />

para atarlos al imperio global. Mis proyecciones infladas eran algo más que meros<br />

vehículos para asegurarnos nuestra parte <strong>de</strong>l botín, es <strong>de</strong>cir, el petróleo que necesitase<br />

mi país. Y mi posición <strong>de</strong> socio principal era algo más que <strong>un</strong> expediente para mejorar<br />

la rentabilidad <strong>de</strong> la compañía. Mi'actividad también tenía que ver con las personas y<br />

sus familias. Personas parecidas a las que habían muerto en la construcción <strong>de</strong> la tapia<br />

don<strong>de</strong> yo estaba sentado en aquel momento. Personas explotadas por mí.<br />

Haría diez años que me había convertido en sucesor <strong>de</strong> aquellos esclavistas que<br />

visitaban las selvas <strong>de</strong> África y arrebataban hombres y mujeres para conducirlos a sus<br />

naves. El mío era <strong>un</strong> procedimiento más mo<strong>de</strong>rno, más sutil. Yo n<strong>un</strong>ca me había visto<br />

en la necesidad <strong>de</strong><br />

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