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confesiones-de-un-ganster-economico-john-perkins1

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El alarido <strong>de</strong> <strong>un</strong>a alarma me sobresaltó. Un hombre salió a toda prisa <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

<strong>de</strong>spacho y ap<strong>un</strong>tó hacia su coche con la llave para silenciar la alarma. Al cabo <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

rato, hurgué en mi bolsillo y saqué <strong>un</strong> pedazo <strong>de</strong> papel cuidadosamente doblado que<br />

contenía <strong>un</strong>as estadísticas.<br />

Entonces lo vi. Caminaba por la acera con los ojos bajos. Luda <strong>un</strong>a barba gris<br />

alborotada y <strong>un</strong> abrigo mugriento que <strong>de</strong>sentonaba mucho en esa tar<strong>de</strong> calurosa y en<br />

Wall Street. Adiviné que era <strong>un</strong> afgano.<br />

El me miró, titubeó <strong>un</strong> instante y subió los peldaños. Con <strong>un</strong>a breve inclinación <strong>de</strong><br />

cabeza, se sentó a mi lado pero <strong>de</strong>jando como <strong>un</strong> metro <strong>de</strong> distancia entre ambos. La<br />

mirada fija al frente me indicó que si <strong>de</strong>seaba conversación, <strong>de</strong>bía ser yo quien la<br />

empezase.<br />

— Bonito día.<br />

—Muy bonito. En tiempos así se agra<strong>de</strong>ce <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> sol —habló con marcado<br />

acento.<br />

—¿Por lo <strong>de</strong>l World Tra<strong>de</strong> Center, quiere <strong>de</strong>cir?<br />

Él asintió.<br />

—Usted es <strong>de</strong> Afganistán, ¿no?<br />

Me miró con sorpresa.<br />

—¿Tanto se me nota?<br />

—Es que he viajado mucho. Hace poco visité los Himalaya. Y Cachemira.<br />

—Cachemira. — Se mesó la barba—. Guerra.<br />

—Sí. La India y el Pakistán. Hindúes y musulmanes. Como para dudar <strong>de</strong> las<br />

religiones, ¿verdad?<br />

Su mirada se tropezó con la mía. Tenía los ojos <strong>de</strong> color pardo muy oscuro, casi<br />

negro, y me parecieron tristes y cargados <strong>de</strong> experienda. Se volvió hada el edificio <strong>de</strong><br />

la Bolsa y lo señaló con el largo y huesudo índice.<br />

—Sí. —Entendí el gesto—. Tal vez sea por la economía, no por la religión.<br />

—¿Eras soldado?<br />

No pu<strong>de</strong> contener <strong>un</strong>a sonrisa.<br />

— No. Asesor económico. — Le mostré el papel lleno <strong>de</strong> estadísticas —.<br />

Éstas eran mis armas.<br />

Él tomó el papel en sus manos. —Números...<br />

— Estadísticas <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

Él se quedó mirando el papel y luego soltó <strong>un</strong>a breve carcajada. —No sé leer.<br />

—Y me lo <strong>de</strong>volvió.<br />

— Esos números dicen que todos los días mueren <strong>de</strong> hambre<br />

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