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Un Jesús diferente<br />

E<br />

l recuerdo <strong>de</strong> aquel dalang me perseguía. Y lo mismo las palabras <strong>de</strong> la bella<br />

estudiante <strong>de</strong> inglés. Esa noche e Band<strong>un</strong>g me catapultó a <strong>un</strong> plano nuevo <strong>de</strong>l<br />

pensamiento y <strong>de</strong>l sentimiento. A<strong>un</strong>que no sería exacto <strong>de</strong>cir que antes hubiese<br />

ignorado las implicaciones <strong>de</strong> lo que estábamos haciendo en Indonesia, por lo<br />

general yo conseguía tranquilizarme apelando al raciocinio, a los prece<strong>de</strong>ntes<br />

históricos, al imperativo biológico. Justificaba nuestra intervención como <strong>un</strong><br />

aspecto <strong>de</strong> la condición humana y me persuadía <strong>de</strong> que Einar, Charlie y los <strong>de</strong>más<br />

obrábamos, sencillamente, como siempre lo han hecho los hombres: atendiendo a<br />

las necesida<strong>de</strong>s propias así como a las <strong>de</strong> nuestras familias.<br />

Pero mi discusión con aquellos jóvenes indonesios me había obligado a ver<br />

otro aspecto <strong>de</strong> la cuestión. Mirando a través <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> ellos, me daba cuenta<br />

<strong>de</strong> que <strong>un</strong> planteamiento egoísta en política exterior no sirve ni protege a las<br />

generaciones futuras en ning<strong>un</strong>a parte. Es <strong>un</strong>a postura tan miope como los<br />

informes anuales <strong>de</strong> las empresas y las estrategias electorales <strong>de</strong> los políticos que<br />

<strong>de</strong>finen esa política exterior.<br />

Mientras tanto, resultaba ser cierto que la búsqueda <strong>de</strong> datos para mis<br />

proyecciones económicas me imponía frecuentes visitas a Yakarta. De este modo<br />

contaba con muchos ratos a solas para cavilar sobre estas cuestiones y escribir mis<br />

reflexiones en <strong>un</strong> diario. Caminaba por las calles <strong>de</strong> la ciudad repartiendo<br />

monedas a los mendigos y tratando <strong>de</strong> entablar conversación con leprosos,<br />

prostitutas y pilludos callejeros.<br />

Al mismo tiempo, meditaba sobre la naturaleza <strong>de</strong> la ayuda exterior y<br />

consi<strong>de</strong>raba el papel legítimo que los países <strong>de</strong>sarrollados (los PD en la jerga <strong>de</strong>l<br />

Banco M<strong>un</strong>dial) podían ejercer para contribuir a paliar el atraso y la miseria <strong>de</strong> los<br />

países menos <strong>de</strong>sarrollados (los PMD). Empezaba a plantearme cuándo es<br />

auténtica la ayuda y cuándo no es más que codicia e interés egoísta. O mejor<br />

dicho, empezaba a dudar <strong>de</strong> que tal ayuda fuese alg<strong>un</strong>a vez altruista. Y si no lo era,<br />

me preg<strong>un</strong>taba, ¿qué hacer para cambiar esa situación? Sin duda los países como el<br />

mío estaban obligados<br />

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