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confesiones-de-un-ganster-economico-john-perkins1

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La mayoría <strong>de</strong> los parroquianos eran soldados anglófonos, pero también los<br />

había panameños. Visiblemente, porque sus cabellos no habrían pasado la<br />

revista ni usaban camiseta ni pantalón vaquero. Alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> ellos estaban<br />

sentados a las mesas y otros recostados contra las pare<strong>de</strong>s. Todos parecían<br />

hallarse muy alerta, como perros pastores que guardan su rebaño <strong>de</strong> ovejas.<br />

Las mujeres revoloteaban entre las mesas. Se movían constantemente, se<br />

sentaban sobre las rodillas <strong>de</strong> los hombres, llamaban a gritos a las camareras,<br />

bailaban, cantaban, salían por turnos al estrado. Vestían faldas ceñidas,<br />

camisetas, vaqueros, vestidos ceñidos. Los zapatos, con tacón <strong>de</strong> aguja. Una <strong>de</strong><br />

ellas lucía <strong>un</strong> vestido <strong>de</strong> época victoriana, con velo y todo, y otra sólo llevaba <strong>un</strong><br />

bikini. Evi<strong>de</strong>ntemente, sólo las mejor parecidas podían sobrevivir allí. Me<br />

asombré <strong>de</strong> que hubiese tantas inmigrantes y pensé que sería mucha la<br />

<strong>de</strong>sesperación que las empujaba.<br />

—¿Todas son <strong>de</strong> otros países? —le grité a Fi<strong>de</strong>l para dominar el estrépito<br />

<strong>de</strong> la música.<br />

Él asintió.<br />

—Excepto... —Señaló con <strong>un</strong> a<strong>de</strong>mán a las camareras—. Ellas son<br />

panameñas.<br />

—¿De qué países?<br />

—De Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala.<br />

—Vecinos.<br />

—No <strong>de</strong>l todo. Costa Rica y Colombia son nuestros vecinos más próximos.<br />

La camarera que nos había puesto la mesa se acercó a sentarse en las<br />

rodillas <strong>de</strong> Fi<strong>de</strong>l. El le pasó la mano por la espalda.<br />

— Clarisa —dijo—. Dile a mi amigo norteamericano por qué se<br />

marchan <strong>de</strong> sus países —agregó señalando el escenario. Tres nuevas<br />

bailarinas recogían los sombreros <strong>de</strong> las tres primeras, que saltaron abajo<br />

y empezaron a vestirse. Empezó a sonar <strong>un</strong>a música salsera y las recién<br />

llegadas comenzaron a bailar y a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> sus prendas.<br />

Clarisa me brindó su mano <strong>de</strong>recha.<br />

—Encantada. —Y dicho esto, se puso en pie y recogió los botellines—. En<br />

cuanto a lo que ha dicho Fi<strong>de</strong>l, esas chicas vienen aquí huyendo <strong>de</strong> los abusos.<br />

Voy a traer otras dos Balboas.<br />

Cuando ella se alejó, me volví hacia Fi<strong>de</strong>l y dije:<br />

— ¡Anda! Vienen aquí por los dólares <strong>de</strong> Estados Unidos.<br />

—Cierto, pero ¿por qué hay tantas <strong>de</strong> los países don<strong>de</strong> mandan dictadores<br />

fascistas?<br />

Volví la mirada hacia el escenario. Las tres reían y se arrojaban la gorra<br />

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