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int encuentro 21-22 A - cubaencuentro.com

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uena letrabuena letra256<strong>encuentro</strong>el rabo entre las piernas. Más tarde un toro(ya cautivo). Enseguida un zunzún. «Fueronnecesarias muchas experiencias <strong>com</strong>oésa —advierte— para <strong>com</strong>prender que podíacambiar de perro a toro o de zunzún agato, no cuando avizorara un nuevo peligrosino justamente cuando ya concluía elsufrimiento que me reservaba cada encarnaciónescogida». Es decir, la independenciatiene aquí un precio; también el inconformismo.La paradoja que José LorenzoFuentes diseña en Después de la gaviota resultaen más de una derivación para acabarvolviéndose certeza: la libertad total, pura,incondicional, no existe; quien la persiguepeca de ambicioso… y hasta de tonto. Valela pena leer de cabo a rabo este relato —algorápido y fácil de hacer, <strong>com</strong>o la recetade cocina—. El autor, por si fuera poco,nos depara una ingeniosa sorpresa al momentodel cierre.Ya sin color, la última historia de este libroenvolvente (de cada cual según su capacidad,a cada según su adjetivo) se apartade las anteriores por su tono máscercano al realismo que a la fábula o la ficción.Y sin embargo, no hay que confiarse.El narrador <strong>com</strong>ienza enterándonos de algunospasajes de su niñez: nos revela quees huérfano, que a los tres años le llevarona vivir a casa de Angelita, que Angelita escapaz de adivinar el estado de ánimo de lospájaros con solo escucharlos cantar. Ya adolescente,Virgilio —así se llama el protagonista—abandona de incógnito a su benefactorapara trasladarse a La Habana.Muchos años después despierta «recordandomis (sus) maromas sobre los escaparatesy atrapado por la necesidad de ver (la)». Elcuento sufre —más bien disfruta— unbrusco giro a partir de este episodio, poniéndosea tono con la atmósfera híbridadel resto del cuaderno. Lo que antes prometíaser un relato con solución de continuidadrealista, desemboca bruscamenteen el terreno de lo fantástico:Se encogió de hombros y, tratando de que olvidaraesa crueldad, me dijo que últimamenteella había hecho muchos progresos. Ya no necesitabasentarse bajo el framboyán a oírloscantar para saber lo que estaban pensando.Desde la sala y sin que saliera el menor ruidode las jaulas ella se <strong>com</strong>unicaba con lospájaros.—Ahora mismo escuchaba a uno que se quejabade su mala suerte —agregó.Iba yo a argumentar que no podía ver qué diferenciahabía entre la suerte de un pájaro yotro, cuando me acordé del telegrama quenunca llegué a pasar.—No importa —me dijo.—¿Qué?—Lo del telegrama.—Yo no le dije nada Angelita.—Ah, entonces lo estabas pensando… Esofue en noviembre del 49. Los médicos decíanque yo estaba muy grave.Al cabo, Virgilio descubre que su <strong>encuentro</strong>con Angelita no es otra cosa que elsueño de su chofer particular, quien dormitaa prudencial distancia. Antes de partir, elprotagonista se empeña en descubrir si estánmuertos, si no son más que fantasmashurgando inescrupulosamente en su propiopasado. Cuando ya el lector no sabe muybien a qué atenerse, Fuentes echa otra vezmano a un golpe de efecto, y lo hace conuna maestría rayana en la desfachatez (humornegro mediante). Pero mejor <strong>com</strong>prarel libro antes que malgastar tamaño artilugioaquí.La estación de la sorpresa —vuelvo al primercuento— se diferencia de las demás historiaspor un tratamiento menos efectista,también menos contundente, del final. Almismo tiempo por la carga poética y el ritmoa<strong>com</strong>pasado, lineal, que impulsa el relato.Por otra parte, sobresale una especie demoraleja que puede extenderse al resto dellibro. Dice el viejo pescador que aunque laniña a la que le lleva el mundo puede dejarde confiar en él si éste escapa de sus redes,«Gloria cree todo lo que le cuentan porqueestá todavía en la estación de la sorpresa».La permanente sorpresa que es este cuadernohace bueno el pronóstico del narrador.Tal vez sea ésa la función de la literatura (dela buena literatura): sorprendernos. Asícualquiera —no solo Gloria— se cree lo quele cuentan. ■

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