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int encuentro 21-22 A - cubaencuentro.com

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Retratos de la memoria par de meses que estuve allí no vi un folleto, pero me cansé de escribir poemas.Una mañana, después de la serenata que le dedicó Labrador subiendolas escaleras en busca de su paga, Carpentier me pidió que me trasladara allocal que habían ocupado, en la Calzada de Reina, los ya inexistentes periódicosExcelsior y El País, que habían sido del millonario y ex senador AlfredoHornedo, para que echara una mano, <strong>com</strong>o corrector de estilo, a quienes allíhacían Obra Revolucionaria, que eran unos cuadernos horribles de papel deestraza donde se reproducían, maquillados y purgados de las imperfeccionesde la improvisación y la ignorancia, los discursos de los notables del régimen.Alejo me aseguró que mi permanencia en aquel sitio no duraría más de dossemanas, el tiempo justo que estaría de vacaciones el empleado que yo iba asustituir. La oficina, calurosa, mal amueblada y sucia, situada en los altos de lavieja imprenta de los periódicos, era repelente, y en ella encontré dos personajesaún más repelentes que el lugar. Uno era la mujer del jefe —en realidadera la que mandaba—, una sesentona enteca, avinagrada, petulante, autoritaria,eternamente vestida de negro —tenía luto de sí misma—, que pretendíasaber más gramática que Andrés Bello y resultaba irresistible <strong>com</strong>o simbiosisde Nebrija y Bernarda Alba. El otro era un mulato joven, sodomita ostensible,que trabajaba de corrector de estilo y aseguraba ser periodista y tambiénpoeta. Esta erinia en sepia adulaba sin recato a la jefa y hacía que ésta me asignaralos textos más urgentes y farragosos. Terminó siendo víctima de un crimenpasional: un día apareció desnudo y cosido a puñaladas en un cuarto dehotel. El problema surgió cuando, casi tres meses después, <strong>int</strong>enté regresar ami puesto de analista literario y descubrí que Alejo Carpentier dolosamenteme había desterrado a Obra Revolucionaria. (Era mi primer exilio involuntario.)Mi indignación fue de tal magnitud, que opté por no ir más a la oficina.Cuando me telefonearon de parte del «<strong>com</strong>pañero director» para que yoexplicara el motivo de mi ausencia, le dije a la señorita que me llamó: «Miamor, dile al <strong>com</strong>pañero Alejo que la bruja de Obra Revolucionaria lo está esperandopara que ocupe mi puesto, y que el dinero de los días que he trabajadoy no he cobrado se lo regalo para que invite a <strong>com</strong>er a Labrador Ruiz».Años después, estando yo con un grupo de escritores latinoamericanos enun bar del hotel Habana Libre —recuerdo entre los presentes al novelistaecuatoriano Pedro Jorge Vera y al poeta paraguayo Elvio Romero—, sentí unamano que me oprimía el hombro al tiempo que una voz conocida exclamaba:«¡Muchacho, cuánto tiempo sin verrte!» Me volví, y ante mis ojos un Alejosonriente derramaba cordialidad por todas partes. Me invitó a una cerveza yestuvimos un largo rato conversando en la barra <strong>com</strong>o íntimos amigos. Mehubiese gustado que ésta fuera la última imagen suya en mi memoria, perolamentablemente es la de un Alejo Carpentier viviendo en París sin aguaceroy tomando partido por los carceleros del poeta Padilla.Era mi primera salida de Cuba y quería despedirme del maestro. Aquellamañana habanera de diciembre de 1959 lo encontré en su mezquino despachode funcionario menor del Instituto Nacional de Cultura, en el Palacio deBellas Artes. Lezama me recibió con su habitual cordialidad, chispeante y 83<strong>encuentro</strong>

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