uena letraUn ejemplo que es casi un símbolo y quela autora de La invención de La Habana destaca:la marca dist<strong>int</strong>iva de Tropicana era unabailarina de ballet tomada de una esculturade Rita Longa. Otro: las paredes de uno delos bares del Habana Hilton estaban presididospor los más memorables murales de RenéPortocarrero. En esa Habana de los añoscincuenta se estaba produciendo un fenómenoinédito: la participación de lo mejor denuestro arte en la vida urbana, lo cual noshace sospechar el florecimiento de una altaclase media sino culta, al menos sensible,que hubiera podido llenar un vacío secular.Se trata de una ciudad barroca, no en elsentido que daba a la palabra Carpentier, sinoSevero Sarduy, donde lo barroco no esun estilo, sino una acumulación de propósitosincoherentes entre sí.Es, también y sobre todo, «La Bana» literariade Guillermo Cabrera Infante, banalizaday recorrida por tres tristes en un circuito,abierto y cerrado al mismo tiempo,desde una enumeración vertiginosa <strong>com</strong>pletamentediferente a los afanes <strong>int</strong>egradoreso definidores que van de Cirilo Villaverde aLezama, pasando por Carpentier.La Habana dibujada por unas murallasprotectoras de Cecilia Valdés se ha ido transformando,por medio de sucesivas y a vecessimultáneas superposiciones, en una urbe des<strong>int</strong>egraday, por lo tanto, inenarrable, al menospor una escritura epicéntrica. Ya no es LaHabana, sino Las Habanas; y entre una y otrano hay fronteras, sino languidecientes disolvenciasque incluyen lo rural, proceso quecontinúa, con otras formas, después de 1959.Esta ruralización de la ciudad, cuyos símbolosarquitectónicos pueden ser Tropicanay la Escuela Nacional de Arte, llega a nivelesdelirantes con La ciudad campamento, lacapital que <strong>com</strong>ienza a gestarse a partir de1959 y que empieza con la aparición dehuertas, corrales y arboledas en los barriosperiféricos, <strong>com</strong>o los bordes de Marianao oSantos Suárez, y que termina con la crianzade lechones en las bañaderas de las otroralujosas y modernas viviendas del Vedado,Nuevo Vedado y Miramar.La desestructuración es tal que ni siquieraun novelista tan habanero y estructurado<strong>com</strong>o Jesús Díaz <strong>int</strong>enta entenderla o mostrarlaen obras que transcurren en La Habana,<strong>com</strong>o Las palabras perdidas o La piel y lamáscara, donde la ciudad se limita a telón defondo.En Severo Sarduy, la «deconstrucción»literaria de la ciudad se torna en acto voluntarioreferenciado a la literatura que entorno a ella se ha construido, aunque cualesquierade las «deconstrucciones» literariaspalidece ante la destrucción real a queha sido sometida por 40 años de barbarie.Si Sarduy, Cabrera Infante o Arenas se rebelancontra un mito cargado de autoritarismoy desvirtuador de ese pathos indefinibleque es la cubanía, el poder revolucionarioha tratado de imponer una cubanidad queincluye lo peor de una tradición basada enel «debe ser» dictado por un arquetipoblanco, macho y conquistador (al que seañade la exaltada incivilidad campesina) yque excluye voluntariamente lo más refinadode esa tradición.He mezclado (al principio inconscientementey luego a propósito) las reflexionesde Emma Álvarez-Tabío con las mías porqueInvención de La Habana es un libro provocativoy quería trasmitir este carácter. No se trata,además, de una tésis, sino de un mosaicode proposiciones que, <strong>com</strong>o la propia ciudad,nos cuenta varias historias y deja al lectorla tarea de organizarlas, apreciarlas o desecharlassegún su propio criterio otemperamento. Como La Habana, transcurreen dist<strong>int</strong>as dimensiones, algunas deellas incluso contradictorias. Es, también, ellibro conmovedor de una habanera desesperadae impotente que, <strong>com</strong>o todos los quetuvimos que abandonarla, trata de rearmarsesu propia ciudad. Pero no con la nostalgiasentimentaloide, sino por medio de los instrumentosde la razón y la parsimonia. Eludecon virtuosismo la teatralidad que suele empañaral verdadero sentimiento, que es tantomás profundo en tanto más sobrio.Para terminar, quiero destacar otro aciertoque me parece fundamental porque desu potencialización y generalización dependeráel futuro de Cuba: <strong>com</strong>parte con RafaelRojas, Iván de la Nuez y otros ensayistasde su generación (década de los sesenta) la 287<strong>encuentro</strong>buena letra
uena letrabuena letra288<strong>encuentro</strong>capacidad de no ser arrastrada por los variop<strong>int</strong>osfundamentalismos de la cubanidad ycuyos símbolos, tal vez injustos, son precisamenteLa Habana y su principal suburbio,Miami. ■La nostalgia haceextrañas jugadasPierre LepapeEduardo ManetLa sagesse du singeGrasset, París, 2001, 300 pp.LA SAGESSE DU SINGE es una novela construidasobre un conjunto de figuras aparentementesimétricas; un juego de espejos,un poco desenfocados, solamente. Empezandopor el nombre del héroe, MauricioRavel, que remite inmediatamente al nombredel autor, Eduardo Manet. ¿Es usted familiadel músico?, preguntan de sopetónlos <strong>int</strong>erlocutores de Ravel. Y uno puedeadivinar fácilmente, que el propio Manethabrá tenido que explicar mil veces suseventuales lazos genealógicos con el p<strong>int</strong>or,debido a que la prácticamente total semejanzade los nombres sugiere, en uno y otrocaso, la existencia de una discreta filiacióncultural entre el artista francés y su lejanoeco del Caribe.Ravel, igual que Manet, es un hijo del archipiélagode las Antillas. Ravel nació enPuerto Rico, su creador en Cuba; sin embargoPuerto Rico es un país con doble identidad.Esta antigua colonia española no es niun país independiente ni la estrella cincuentay uno de los Estados Unidos de América,«ni chicha ni limoná»: desde 1952 la pequeñaisla disfruta del extraño estatuto de «Estadolibre asociado» de los ee.uu. La miseriacolonial «asociada libremente» a la arroganteriqueza norteamericana; algo capaz deprovocar serios trastornos de identidad.Para enredar un poco más la madeja delos orígenes y de las culturas, la madre deMauricio, Sarah Levi-López, que solo hablaespañol e inglés, es descendiente de judíosespañoles expulsados por la Inquisición, perocuyos padres, transformados en estadounidenses,se han gastado una fortuna parahacer de ella «una perfecta american jewishprincess de la Costa Este.» La operación hafracasado, debido a que Sarah, que detesta alos yanquis, ha vuelto a su isla natal paraconsagrar su tiempo y su talento musical ypoético a defender e ilustrar incansablemente,en <strong>com</strong>pañía de su marido cantante,la cultura del bolero, caricatura <strong>com</strong>ercialde un arte popular caduco.Cuando muere su madre, Mauricio sesiente desvinculado bruscamente de sus diferentesdependencias; se asfixia en el estrechocorsé de su isla entregada al mercantilismo y,en el mejor de los casos, a un parloteo revolucionariofolklórico y vano; el Che Guevarapuede ser también una especie de bolero llenode nostalgia. Ravel se marcha hacia la viejaEuropa, a Francia, contando, según cree, conpasar allí algunos años estudiando y haciendoteatro. Eduardo Manet narra, mediante pinceladasclaras y rápidas, cómo, poco a poco,Mauricio —igual que él mismo— se dejó primeroseducir suavemente por Francia, porParís, por la ternura del cielo, por las posibilidadesde aprender, por la multiplicidad dere<strong>encuentro</strong>s y experiencias. Cuenta, másadelante, cómo la seducción se transformóen feroz voluntad de <strong>int</strong>egrarse, de edificarseuna patria ideal, de apropiarse las calles, loslibros, la música, la lengua, la nacionalidad,en definitiva. Mauricio actúa, escribe, sueñaen francés; es un escritor francés, sobre el papelno se escucha el acento. Y todas las dificultadesque encuentra en su búsqueda, losdías sin <strong>com</strong>er, la bohemia, que después devivida ya nunca será p<strong>int</strong>oresca, las traduccionespagadas <strong>com</strong>o limosnas, las heridas en elamor propio, todo eso acrecienta aún más sudeterminación, su obstinación por olvidarPuerto Rico, por ocultar el origen, por declarara la nostalgia fuera de la ley.Pero la nostalgia hace extrañas jugadas.Un día que el escritor Mauricio Ravel es invitadoa hablar ante una clase, en un colegio
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