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int encuentro 21-22 A - cubaencuentro.com

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Lorenzo García Vega entrevisto que, aunque me formé con el Curso Delfico de Lezama, yo siempre sentíque lo mejor que tenía el Maestro —quien, desde la primera noche quehabló conmigo me mostró una jugada ejemplar, a lo Capablanca, cuandodespués de una carcajada me dijo: «Siempre ten en cuenta que el Poeta esun farsante» — era su inmenso disparate surrealista, ese disparate que lollevó a <strong>int</strong>erpretar al truhán de Colón <strong>com</strong>o un Profeta, y a jugar —enpleno delirio— con esa «seda de caballo» de una india hasta <strong>int</strong>entar hacernoscreer, en el colmo de la locura, que ahí podían estar los fundamentosde la nacionalidad cubana), siempre me he estado haciendo de un collagede influencias en las que Macedonio Fernández, Raymond Rousell, JuanEmar, el Ferdydurke de Gombrowicz y Pessoa, son los ancianos de esa tribumía donde hay hasta una calle que lleva el nombre del venezolano RamosSucre. Collage de influencias, pues, que se inició con Los cantos de Maldoror(recuerdo que el Maestro, al entregarme el texto de Lautreaumont, medijo: «Por aquí hay que empezar. Esto es el <strong>com</strong>ienzo de todo») en aquelúnico Curso Délfico que llegó a dar Lezama, y del cual yo fui el único discípulo.Un discípulo que sí, sobre todo, aprendió de aquel caballito de batallade Lezama que consistía en considerar que « solo lo difícil es estimulante»,por lo que, fiel a esto, lo tradujo en un meterme durante años por cuantoberenjenal bendito de oscuridades, toques de piano aprendidos de oídas ycuantos atajos laberínticos se me presentaron, y esto hasta el punto de que,ya en los años del castrato, me resultó una anécdota muy graciosa con estoque pudiéramos llamar mis aventuras de estilo. Y fue que, habiendo publicadouna Antología de la novela cubana, donde me puse a experimentar, temerariamente,con una crítica basada en la manipulación de las más difícilesimágenes, se le ocurrió a Lezama que lo a<strong>com</strong>pañara a la Casa de las Américaspara entregarle un ejemplar de mi Antología al mal airado escritor argentinoEzequiel Martínez Estrada, quien aunque dio las gracias por el regalo,recibió el ejemplar con cara de malos amigos. Pues bien, al día siguiente delregalo, cuando nos enteramos de que, días antes, el Martínez Estrada habíatronado y despotricado, en la susodicha Casa de las Américas, sobre lo queél estimaba que era una antología disparatada y mal escrita, Lezama sequedó un poco <strong>com</strong>o desconcertado al ver que su discípulo del Curso Délficohabía tenido tan catastrófica acogida por parte del genial escritor argentino.Pero ahora que contemplo aquel sucedido con la sabiduría que meentregan los años, pienso que el genio argentino, al negarse a entrar por ellaber<strong>int</strong>o que por aquel tiempo yo (aunque infructuosamente, eso sí loreconozco) estaba <strong>int</strong>entando, se privó de llegar a conocer a alguien queera mucho más <strong>int</strong>eligente de lo que él podía pensar. ¡Se la perdió!c.e.: En su caso también hay que hablar de la huella del cine, la arquitectura, lasartes plásticas e incluso la música más inconfundiblemente de vanguardia.¿Admite esas influencias?l.g.v.: Lo admito todo, y sobre todo esas cajitas de Cornell que cada vez seme han ido convirtiendo más y más en mi obsesión. Convertirlo todo enaquello que se pueda meter dentro de una cajita es lo que más deseo. En 25homenaje a lorenzo garcía vega<strong>encuentro</strong>

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