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FLORES PARA ALGERNON - Facultad de Psicología

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Imaginé que había olvidado —o no se había dado cuenta— que iba medio <strong>de</strong>snuda yno sabía dón<strong>de</strong> mirar. Me esforcé en poner mis ojos en todos lados, en las pare<strong>de</strong>s, en eltecho, no importaba don<strong>de</strong>, menos hacia ella.La habitación estaba in<strong>de</strong>scriptiblemente <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada. Con docenas <strong>de</strong> mesillasplegables, todas cubiertas <strong>de</strong> tubos <strong>de</strong> pintura retorcidos, la mayoría <strong>de</strong> los cuales separecían a serpientes disecadas, con su costra <strong>de</strong> pintura seca, pero algunos todavíavivos, babeando tiras <strong>de</strong> color. Tubos, pinceles, lápices, gomas, trozos <strong>de</strong> cuadros y telasestaban esparcidos un poco por todos lados. Un olor <strong>de</strong>nso a pintura, a aceite <strong>de</strong> linaza ya trementina flotaba en la habitación, mezclado al cabo <strong>de</strong> un momento con un ligeroperfume a cerveza pasada. Tres enormes sillones repletos y un sofá ver<strong>de</strong>, miserable,<strong>de</strong>saparecían bajo pilas <strong>de</strong> vestidos revueltos, y por el suelo se arrastraban zapatos,medias y ropa interior, como si ella tuviera la costumbre <strong>de</strong> <strong>de</strong>snudarse andando y fueraarrojando sus cosas al paso. Todo estaba recubierto por una <strong>de</strong>lgada capa <strong>de</strong> polvo.—Así que usted es el señor Gordon —dijo, mirándome—. Tenía unos <strong>de</strong>seos locos <strong>de</strong>echarle una ojeada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que alquiló el apartamento. Vamos, siéntese —Tomó unmontón <strong>de</strong> vestidos <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los sillones y lo <strong>de</strong>jó caer sobre el atestado sofá—. Así queal fin se ha <strong>de</strong>cidido a hacer una visita a sus vecinos. ¿Le traigo algo <strong>de</strong> beber?—Así que usted pinta —balbuceé, sin saber qué <strong>de</strong>cir. Estaba completamente aturdidopor la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, <strong>de</strong> un momento a otro, ella se daría cuenta <strong>de</strong> que estaba medio<strong>de</strong>snuda, lanzaría un grito y se precipitaría a su habitación. Intentaba mirar a cualquiercosa menos a ella.—¿Cerveza blanca o negra? No tengo otra cosa aquí, excepto un poco <strong>de</strong> jerez paracocinar. ¿No querrá un poco <strong>de</strong> jerez?—No puedo quedarme —dije recuperándome un poco y fijando mi mirada en una pecaen el lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> su mentón—. Me he quedado encerrado fuera <strong>de</strong> mi apartamento.Quería volver a entrar por la escalera <strong>de</strong> incendios. Une nuestras ventanas.—Cuando quiera —dijo ella—. Esas malditas cerraduras <strong>de</strong> seguridad sonabsolutamente locas. Yo misma me quedé encerrada fuera tres veces en la primerasemana... y una vez tuve que quedarme en el vestíbulo como media hora completamente<strong>de</strong>snuda. Había salido a coger mi leche, y esa maldita puerta se cerró tras <strong>de</strong> mi. Hicesaltar esa maldita cerradura, y no he vuelto a poner otra.Yo <strong>de</strong>bía tener una expresión divertida, pues se echó a reír.—Bien, ya ve para que sirven esas malditas cerraduras. Lo <strong>de</strong>jan a uno en la puerta yen cambio no lo protegen mucho, ¿no? Quince robos ha habido en ese maldito inmueble,y todos en apartamentos cerrados a cal y canto. Y nadie en cambio ha forzado mi puertapor error, y eso que siempre está abierta. Claro que tendrían mucho trabajo paraencontrar aquí algún objeto <strong>de</strong> valor.Como insistió una vez más en que bebiera una cerveza con ella, acepté. Mientras iba abuscarla a la cocina, miré <strong>de</strong> nuevo a mi alre<strong>de</strong>dor. En lo que aún no había reparado eraen que la pared a mis espaldas había sido <strong>de</strong>spejada y todos los muebles puestos a unlado <strong>de</strong> la habitación o en medio, a fin <strong>de</strong> que esta pared (cuyo rebozado había sidoarrancado para <strong>de</strong>jar ver los ladrillos) sirviera como galería <strong>de</strong> arte. Había pinturascolgadas hasta el techo, y otras apiladas unas contra las otras en el suelo. Varias eranautorretratos, entre las cuales dos <strong>de</strong>snudos. El cuadro en el que trabajaba cuando entré,el <strong>de</strong>l caballete, era también un busto <strong>de</strong>snudo <strong>de</strong> ella misma, con los cabellos largos. Noestaban peinados como los llevaba ahora, enrollados alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cabeza como unacorona, sino que caían sobre sus hombros y una parte <strong>de</strong> ellos ondulaban entre sussenos. Los había pintado insolentemente firmes y erectos, con los pezones <strong>de</strong> unincreíble color rojo caramelo. Cuando la oí llegar con la cerveza me aparté rápidamente

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