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FLORES PARA ALGERNON - Facultad de Psicología

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al final <strong>de</strong> un camino estrecho y una placa <strong>de</strong> cobre muy pulido don<strong>de</strong> se pue<strong>de</strong> leer:Warren State Home and Training School.Un disco limitaba la velocidad a 30 kilómetros, así que pasé lentamente ante losenormes bloques <strong>de</strong> edificios, en busca <strong>de</strong> la Administración.Un tractor venía en mi dirección a través <strong>de</strong> la pra<strong>de</strong>ra, y a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong>lvolante había otros dos sentados <strong>de</strong>trás. Saqué la cabeza por la ventanilla y pregunté:—¿Pue<strong>de</strong>n indicarme don<strong>de</strong> está el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l señor Winslow?El conductor <strong>de</strong>tuvo el tractor e hizo un gesto hacia la izquierda.—En el Hospital Principal. Gire a la izquierda y luego a la <strong>de</strong>recha.No pu<strong>de</strong> impedir observar el chico <strong>de</strong> aire ausente que se sujetaba a la parte trasera<strong>de</strong>l tractor. No iba afeitado y tenía una vaga sonrisa vacía. Llevaba un sombrero <strong>de</strong>marino con el bor<strong>de</strong> infantilmente echado para abajo para proteger sus ojos, pese a queno hacia sol. Sus ojos fijos, interrogantes, se cruzaron por un instante con los míos, y tuveque <strong>de</strong>sviar la vista. Cuando el tractor volvió a ponerse en marcha vi por el retrovisor quecontinuaba mirándome con curiosidad. Esto me perturbó... porque me recordaba aCharlie.Me sorprendí al <strong>de</strong>scubrir que el psicólogo jefe era muy joven, un hombre alto y<strong>de</strong>lgado <strong>de</strong> rostro cansado. Pero la tranquila calma <strong>de</strong> sus ojos azules revelaba unafuerza <strong>de</strong> carácter que iba más allá <strong>de</strong> su expresión juvenil.Dimos la vuelta a todo el recinto en su propio coche, y luego me mostró la sala <strong>de</strong>recreos, el hospital, la escuela, la parte administrativa y los pabellones <strong>de</strong> dos plantasconstruidos en ladrillo que el llamaba cottages y don<strong>de</strong> vivían los pacientes.—No he visto ninguna cerca alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> Warren —dije.—No, sólo una verja en la entrada y setos para evitar la mirada <strong>de</strong> los curiosos.—¿Pero cómo impi<strong>de</strong> que sus... esto... pensionistas... se vayan?Se encogió <strong>de</strong> hombros y sonrió.—De hecho, no po<strong>de</strong>mos. Algunos se van, pero la mayoría vuelven.—¿No intentan perseguirlos?Me miró como si quisiera adivinar lo que podía haber oculto tras mi pregunta.—No. Si crean problemas lo sabemos rápidamente por las gentes <strong>de</strong>l pueblo... o biennos los trae la policía <strong>de</strong> vuelta.—¿Y si no ocurre así?—Si no oímos hablar más <strong>de</strong> ellos o no nos dan noticias suyas, presumimos que hanpodido adaptarse <strong>de</strong> alguna manera satisfactoria al mundo exterior. Comprenda, señorGordon, que esto no es una prisión. El Estado exige, en principio, que hagamos todo loque esté en nuestras manos para recuperar a nuestros pacientes, pero no estamosequipados para vigilar estrecha y permanentemente a cuatro mil personas. Los que se lascomponen para escapar son todos retrasados superiores... aunque no acojamos amuchos <strong>de</strong> este tipo. Actualmente lo que más recibimos son casos <strong>de</strong> lesiones cerebralesque exigen una vigilancia constante. Los retrasados superiores pue<strong>de</strong>n ir y venir másfácilmente, y generalmente al cabo <strong>de</strong> una semana la mayor parte <strong>de</strong> ellos vuelven,cuando <strong>de</strong>scubren que fuera <strong>de</strong> aquí nada ha sido hecho para ellos. El mundo no losquiere, y en seguida se dan cuenta <strong>de</strong> ello.Bajamos <strong>de</strong>l coche y fuimos hasta uno <strong>de</strong> los cottages. Dentro, las pare<strong>de</strong>s estabanembaldosadas en blanco y un olor a <strong>de</strong>sinfectante flotaba por el edificio. El vestíbulo <strong>de</strong> laplanta baja se abría sobre una sala <strong>de</strong> recreo don<strong>de</strong> estaban sentados unos setenta ycinco chicos, esperando a que sonara la campana <strong>de</strong>l almuerzo. Lo que llamóinmediatamente mi atención fue uno <strong>de</strong> los mayores, sentado en una silla, en un rincón,que acunaba en sus brazos a otro chico <strong>de</strong> catorce o quince años. Todos se volvieronpara mirarnos cuando entramos, y algunos <strong>de</strong> los más atrevidos se acercaron y meexaminaron.—No se asuste —dijo, viendo mi expresión—. No le harán ningún daño.

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