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WILSON - Cómo ser un epicureo Una filosofia para la vida moderna

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Según los epicúreos, en la medida en que los textos sagrados, con sus

mandamientos de conducta, son invenciones humanas sin autoridad

especial, y los profetas que aseguran haber recibido mandatos divinos

disfrutaban de un tipo especial de experiencia que no tenía la causa que

ellos suponían, no se puede derivar la moral de la religión. Por lo tanto, toda

práctica religiosa debe ser evaluada en términos de ayuda y perjuicio.

Muchas prácticas religiosas son físicamente dolorosas y, según el epicúreo,

hay que rechazarlas, a menos que haya un beneficio seguro a largo plazo si

se eligen. En esta categoría se sitúan los sacrificios, la mutilación y la

mortificación. Los castigos prescritos por textos sagrados, como ejecutar a

los infieles y a sospechosos de brujería o lapidar a los adúlteros, son

moralmente inaceptables para el epicúreo, dado que tales personas no

constituyen una amenaza real o se comprende erróneamente la naturaleza

de la amenaza. A diferencia de la conducta criminal maliciosa, que implica

depredación sobre un público desprevenido, en la mayoría de los casos el

adulterio es la violación de un acuerdo entre dos personas para evitar el

tormento de los celos, no una ofensa contra la sociedad.

En el libro I de De la naturaleza de las cosas, Lucrecio lanzó un duro

ataque contra la religión, a la que acusó de fomentar la crueldad. En su

historia de la humanidad, lamentaba los orígenes de la religión en nuestros

antepasados: «¡Cuántos gemidos asimismo entonces, qué heridas a

nosotros, y qué llantos a nuestra descendencia ocasionaron!». [4]

Tras elogiar a Epicuro en el primer libro por liberar a la humanidad, que

«yacía con infamia en la tierra por grave fanatismo», [5] Lucrecio pasa a

pintar un compasivo retrato del sacrificio de Ifigenia, «infelice víctima

inmolada». [6] Según el mito griego, y tema de un ciclo de tragedias del

dramaturgo del siglo V a. C. Eurípides, el padre de Ifigenia, Agamenón, rey

de Micenas, ofendió a la diosa Artemisa al matar un ciervo sagrado. A

cambio de invocar un viento favorable para la flota micénica, que zarpaba

hacia la guerra de Troya, Artemisa exigió el sacrificio de su hija, y

Agamenón, tras una gran angustia mental, cedió a la persuasión. Se perdió

una joven vida por una creencia ilusoria en una diosa ofendida y su poder

sobre los vientos. Lucrecio argumenta que los sacerdotes explotan el miedo

al poder y la ira divinos para mantener un control político sobre el pueblo.

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