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WILSON - Cómo ser un epicureo Una filosofia para la vida moderna

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siempre que una tecnología tiene éxito, podemos esperar ver allí leyes

naturales. También la naturaleza, pues, debe estar usando una tecnología

para crear la sucesión de formas de vida desde los últimos 4000 millones de

años.

Evidentemente, la naturaleza no intenta mejorar especies, ni rebaños, ni

la biomasa del propio planeta. No intenta hacer que animales o especies

enteras sean más rápidos, listos o bellos. En realidad, la naturaleza no

intenta nada. Pero elimina sin piedad a los miembros de cada especie que

no están a la altura de los demás a la hora de producir, y en algunos casos,

criar hasta la madurez, una descendencia que, a su vez, tendrá su propia

descendencia. En consecuencia, la faz de la naturaleza viva cambia de

modos que a menudo podemos explicar. A lo largo de eones han aparecido

y desaparecido especies, y para que esto haya sucedido, ha de haber leyes

naturales subyacentes a estos cambios. El azar (o lo que pensamos como

azar, es decir, coincidencia), sin embargo, juega un papel. Muchos

organismos perecen no debido a una carencia de fuerza, velocidad, astucia o

buen metabolismo, sino por encontrarse en el lugar equivocado en el

momento equivocado. Un buen ejemplo es el tipo de dinosaurios que habitó

la Tierra hace 65 millones de años cuando el planeta recibió por azar

(aunque plenamente de acuerdo con las leyes físicas) el impacto de un

asteroide que los aniquiló.

La narración de la formación del cosmos y de la evolución de los

animales por Lucrecio y la narración judeocristiana de la creación del

mundo ya se percibían como enfrentadas desde inicios de la Edad Media.

Su combate ha sido largo y persistente, pero también un poco subterráneo,

oculto a la vista, que es la razón por la que se otorga a Darwin demasiado

crédito por la idea básica de evolución por selección natural y demasiado

poco por darse cuenta de que la variación era la clave que podía resolver el

problema del origen de nuevas especies. Esta rivalidad no se manifestó,

durante mucho tiempo, como un debate abierto, debido a los graves castigos

legales asociados a la blasfemia, un crimen penado con la muerte en

períodos tempranos del judaísmo, el cristianismo y el islam, y debido a la

ubicuidad de la censura en muchos lugares de Europa.

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