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<strong>Cuentos</strong> y <strong>mitos</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>piaroa</strong><br />
Una hora <strong>de</strong>spués vio una raposa. La raposa tenía las dos manos atadas.<br />
El muchacho pasó un susto tan gran<strong>de</strong> que se cayó <strong>de</strong> la bicicleta, se<br />
dio en la cabeza y se <strong>de</strong>smayó. Quedó veinte minutos sin conocimiento.<br />
No había nadie por ahí. El muchacho se incorporó y se fue a su<br />
casa dando tumbos. Descansaba un poco y luego seguía media hora<br />
pedaleando.<br />
En la casa, su madre lo esperaba muy triste. El muchacho le contó<br />
que había visto una raposa amarrada que lo había querido mor<strong>de</strong>r, y el<br />
muchacho se dio cuenta <strong>de</strong> repente que se había <strong>de</strong>smayado.<br />
Su madre le pidió:<br />
—Nunca te vuelvas a ir <strong>de</strong> la casa.<br />
El muchacho le hizo caso y no <strong>de</strong>jó más la churuata.<br />
A eso <strong>de</strong> las tres o <strong>de</strong> las cuatro <strong>de</strong> la mañana, se apareció el cazador<br />
<strong>de</strong> murciélagos y preguntó por él, pero el muchacho estaba en lo<br />
mejor <strong>de</strong> su sueño. Aunque al poco rato se levantó y le preguntó al otro<br />
indígena:<br />
—¿Qué hacen <strong>los</strong> animalitos, <strong>los</strong> murciélagos?<br />
—Y tú, ¿cómo estás? —preguntó el cazador.<br />
El muchacho estaba triste por el acci<strong>de</strong>nte:<br />
—Me siento mal, estoy triste porque me asustaron, a lo mejor me<br />
morí, pensé para mí –así dijo el muchacho.<br />
Entonces dijo el anciano padre <strong>de</strong>l muchachito:<br />
—¡No te moriste porque te cuidé! Te estuve observando todo el tiempo.<br />
La madre lo reafirmó:<br />
—Por eso fue que te salvaste –le dijo.<br />
37. SOBRE LA VALENTÍA<br />
Una vez una niña entró a la selva y se perdió. Se <strong>de</strong>tuvo en medio <strong>de</strong>l<br />
sen<strong>de</strong>ro y lloró.<br />
Por allá pasó un indígena con una carretilla y siguió su viaje. Caminaron<br />
juntos un largo trecho. La niña le preguntó:<br />
—¿Por dón<strong>de</strong> vamos?<br />
—Hacia la orilla <strong>de</strong>l río –respondió el indígena.<br />
—¿Qué haremos allá? –preguntó la niña.<br />
—Nos bañaremos y luego iremos a mi churuata.<br />
El indígena preguntó:<br />
—¿Por qué te pegaron tus padres?<br />
—Porque me porté mal.<br />
Porque la niña nunca hizo nada en la casa, no trabajó, no cocinó, no<br />
cosió, no mantuvo el or<strong>de</strong>n entre sus cosas. En cambio andaba por <strong>los</strong><br />
sen<strong>de</strong>ros, hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l crepúsculo, hasta la madrugada.<br />
—No pasas la vida en casa, sino por ahí por <strong>los</strong> caminos –le dijeron.<br />
Le pusieron tres días <strong>de</strong> castigo, pero ya no resistió más y se fue<br />
huyendo. Allá fue don<strong>de</strong> se encontró con el indígena.<br />
Siguieron andando y primero se encontraron con una gran tortuga.<br />
Luego anduvieron otro tramo y se toparon con una culebra.<br />
La muchacha le preguntó al muchacho:<br />
—¿Te comes la carne <strong>de</strong> la tortuga y <strong>de</strong> la culebra? Porque a mí no me<br />
gusta la tortuga, tiene mal sabor.<br />
—¡Cómo no! Opino que la tortuga tiene una carne muy sabrosa –dijo<br />
el muchacho.<br />
—¿Y cómo son <strong>los</strong> huevos? –preguntó la muchacha.<br />
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