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Cuentos y mitos de los piaroa

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<strong>Cuentos</strong> y <strong>mitos</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>piaroa</strong><br />

como la una y media y me había entrado un hambre terrible. Entonces<br />

me dieron un caramelo, y luego galleticas. Me lo comí todo.<br />

Estaba yo por ahí parado, en mi guayuco sucio, y me tomaron cantidad,<br />

pero cantidad <strong>de</strong> fotografías. Me pararon aquí, me retrataron; luego<br />

me agarró otro español, me paró por allá y me retrataron <strong>de</strong> nuevo. Creo<br />

que hicieron como dos rol<strong>los</strong> enteritos. Luego entré en la churuata.<br />

Mas, apenas salí, me volvieron a agarrar <strong>de</strong> nuevo y me hicieron<br />

cantidad <strong>de</strong> fotografías.<br />

—Sabes, en la montaña hay una planta <strong>de</strong> hojas gran<strong>de</strong>s y blancas.<br />

Mi tío me mandó a traerle una para poner encima la liebre ensangrentada.<br />

Me mandó a mí porque <strong>los</strong> otros le tenían miedo a las fotografías.<br />

Y solo me retrataron a mí, a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más no.<br />

Fotografiaron <strong>de</strong> nuevo, como durante una hora. En el guayuco sucio.<br />

¿Para qué necesitaban una fotografía así?<br />

Nunca vi fotografías cuando era niño.<br />

Y con la liebre en la mano seguía <strong>de</strong> pie mientras me retrataban y<br />

volvían a retratar. Cuando todavía era chiquito me tomaron como tres<br />

rol<strong>los</strong> <strong>de</strong> películas. Creo que estoy en las fotos <strong>de</strong> Caracas.<br />

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41. LAMENTO<br />

Tristemente veo cada día caer el sol. Mi esposo, tu abuelo, me dijo<br />

que te cuidara cada día. Mi esposo me dijo:<br />

—Cuida al hijo <strong>de</strong> tu hija, cada día.<br />

Tú eres el único hijo y tu abuelo dijo que te quería mucho.<br />

—Cuídalo mucho cada día.<br />

Cada día estoy triste.<br />

El niño me <strong>de</strong>spierta cada noche, ¡y cuídalo bien! –me dijo.<br />

—No soy hombre –le dije–, no puedo conseguirle agua a mi nieto<br />

que está enfermo. ¡Si es que no soy hombre!<br />

—Estoy muy cansado y ya no puedo cuidarlo –me dijo tu abuelo.<br />

Muchas veces estoy triste por las noches porque no soy hombre y<br />

no puedo conseguirle agua a mi nieto enfermo. Todas las mañanas me<br />

<strong>de</strong>spierto muy triste. Todas las mañanas tengo la garganta seca.<br />

—Padre mío, padre mío...<br />

Él me dijo:<br />

—No soy capaz <strong>de</strong> levantarme porque estoy muerto. Hija mía, eres<br />

joven y no sabes nada. ¡Qué temprano te <strong>de</strong>jo!<br />

Y todavía estoy viva, pese a que me convertí en una vieja. Pero ahora<br />

me acuerdo <strong>de</strong> mi padre.<br />

—Madre mía, madre mía... ¡La tierra no está aquí! Y yo soy su hija.<br />

Es <strong>de</strong>cir, no somos <strong>de</strong> aquí. Pero yo me quedo aquí, en este lugar, sola,<br />

triste. Tengo la garganta seca. Pero veo claro las montañas: la montaña<br />

vive mucho tiempo y no muere como el hombre. Veo la montaña y me da<br />

tristeza.<br />

Mi nieto, tu madre, tu madre... Estuvo tanto tiempo con el estómago<br />

malo y no fue capaz <strong>de</strong> cuidar a su hijo. Por eso es que yo te llevaba y<br />

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