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Cuentos y mitos de los piaroa

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<strong>Cuentos</strong> y <strong>mitos</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>piaroa</strong><br />

Ñemej era brujo, mi padre también, aunque más joven, por eso visitaron<br />

a Ñemej, él era el centro <strong>de</strong> todo. Mi padre fue para ayudarlo, pues<br />

era su pariente.<br />

Ñemej le dijo a mi padre:<br />

—Fíjate, sobrino, vete al odú (como llaman en <strong>piaroa</strong> al lugar <strong>de</strong>stinado<br />

a <strong>los</strong> huéspe<strong>de</strong>s), amarra tu chinchorro y canta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahí. Mi padre<br />

cantó la respuesta acostado en el chinchorro, unas veces solo una palabra.<br />

La canción era sobre las enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>los</strong> monos.<br />

Luego también llegaron <strong>los</strong> otros, entre el<strong>los</strong> hombres, que entendían<br />

<strong>de</strong> cómo respon<strong>de</strong>r <strong>los</strong> cantos. El hijo <strong>de</strong> Ñemej le preguntó a mi<br />

padre que qué había pasado.<br />

—Tu padre me mandó a venir –dijo–, a respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí –contestó<br />

mi padre.<br />

—Está bien, canten no más.<br />

Dentro <strong>de</strong> poco, todo el mundo cantó bien bajito.<br />

Así fue. Ñemej le dijo a mi padre:<br />

—Canta tú solo.<br />

—No sé cantar –respondió mi padre.<br />

Pues él había venido a estudiar, a escuchar el canto.<br />

Ñemej cantó sobre el mono. Mi padre lo escuchó, le gustó la palabra,<br />

tomó su chinchorro y lo amarró a la cercanía <strong>de</strong> Ñemej para po<strong>de</strong>rle<br />

contestar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allá. Así fue como lo contó mi padre.<br />

Luego la hija <strong>de</strong> Ñemej habló <strong>de</strong> nuevo:<br />

—Mi padre pi<strong>de</strong> que seas tú el que cante ahora, y <strong>de</strong> otra cosa.<br />

—Pero yo solamente sé un solo canto –respondió mi padre.<br />

Luego escucharon el canto <strong>de</strong>l mono y luego otro canto también.<br />

40. CUANDO VI BLANCOS POR PRIMERA VEZ<br />

Por aquel tiempo vivíamos por el arroyo Caracol, allá estaba la churuata<br />

<strong>de</strong> mi padre. Vinieron algunos civilizados, eran como españoles.<br />

Nosotros estábamos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l arroyo, pescando con plantas venenosas<br />

y atrapamos un montón <strong>de</strong> peces, gran<strong>de</strong>s y chiquitos.<br />

El perro encontró una liebre y corrió tras ella. El marido <strong>de</strong> la hermana<br />

<strong>de</strong> mi madre –al que en aquel entonces no lo había mordido la<br />

serpiente– esperaba el botín con un machete en la mano. La liebre saltó<br />

<strong>de</strong> pronto hacia unos matorrales planos, don<strong>de</strong> encontró una madriguera.<br />

La liebre sabía bien que si salía la mataban. Aunque tampoco quería salir,<br />

pues se había cansado en la persecución. Al igual que el perro.<br />

La liebre se escondió, el perro no la encontró. Y allá seguía parado el<br />

esposo <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> mi madre, con el machete en la mano. Metió la<br />

mano en la cueva y la <strong>de</strong>scargó sobre el animal: ¡Tak! Y la liebre se murió<br />

en seguida. Luego el esposo <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> mi madre vino con el<br />

botín hacia el montón <strong>de</strong> pescados, don<strong>de</strong> estábamos nosotros.<br />

—Fíjate –le dijo a su esposa–, maté a la liebre <strong>de</strong> un machetazo. No<br />

quería salir <strong>de</strong>l agujero don<strong>de</strong> había caído. El machete había partido en<br />

dos al animal, todo se embarró <strong>de</strong> sangre.<br />

Hay que saber que si cazamos, nuestra ropa se ensucia mucho. Mi<br />

tío me dio el botín en la mano, se puso un guayuco limpio y partió para<br />

la casa. Yo me quedé con el guayuco sucio. Serían como las diez cuando<br />

junto a la churuata me vi a <strong>los</strong> civilizados que estaban parados por ahí.<br />

Esto ocurriría en 1949 o quizás un año <strong>de</strong>spués.<br />

Los españoles me agarraron y me dijeron que me iban a retratar con<br />

la liebre en la mano. La toma <strong>de</strong> fotografías tardó varias horas, serían ya<br />

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