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El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto

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Cornelio Hispano <strong>El</strong> <strong>Libro</strong> <strong>de</strong> <strong>Oro</strong> <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong><br />

torrenciales, los arroyos, secos en verano, inundaban las sabanas, y los riachuelos<br />

se habían transformado en ríos navegables. Durante siete días marcharon las<br />

tropas con el agua a la cintura, sin abrigo, ni provisiones, pero con el fusil contra<br />

el pecho. <strong>El</strong> 11 llegaron a Tame y se reunieron con Santan<strong>de</strong>r. De Tame a Pore<br />

todo el camino era más un mar que un terreno sólido; el 22 llegaron al pie <strong>de</strong> los<br />

gigantescos An<strong>de</strong>s, que parecían atrevesarse en su marcha como una barrera inaccesible.<br />

Los llaneros contemplaban con asombro aquellas cumbres, y se pasmaban<br />

<strong>de</strong> que existiese un país tan diferente <strong>de</strong>l suyo. A medida que subían crecía más su<br />

sorpresa, porque lo que habían consi<strong>de</strong>rado por más elevada cima no era sino el<br />

principio <strong>de</strong> otras más elevadas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuyos picos divisaban todavía sierras azules<br />

que parecían per<strong>de</strong>rse en el firmamento. Hombres avezados en sus pampas a atravesar<br />

a nado ríos caudalosos, a domar potros y vencer cuerpo a cuerpo al toro salvaje,<br />

al cocodrilo, al tigre, <strong>de</strong>sfallecían ahora ante el aspecto <strong>de</strong> esta naturaleza<br />

extraña. Los caballos morían <strong>de</strong> frío y <strong>de</strong> fatiga, las acémilas que conducían el<br />

parque se <strong>de</strong>rrumbaban con su carga; llovía día y noche; unos se <strong>de</strong>sertaban y<br />

otros quedaban tendidos en los riscos.<br />

«En semejantes alturas, la situación <strong>de</strong>l ejército era realmente espantosa, narra<br />

un oficial <strong>de</strong> la Legión británica; sobre sus cabezas se alzaban enormes bloques <strong>de</strong><br />

granito, y a sus pies se abrían insondables y voraces abismos. <strong>El</strong> silencio <strong>de</strong> esas<br />

agrestes soleda<strong>de</strong>s no se ve turbado por rumor alguno, a excepción <strong>de</strong>l grito <strong>de</strong>l<br />

cóndor y el monótono murmullo <strong>de</strong> los lejanos manantiales. Ocurre a menudo<br />

que es preciso acostarse para evitar la impetuosa violencia <strong>de</strong>l viento. <strong>El</strong> cielo,<br />

constantemente <strong>de</strong> un azul obscuro, parece más cerca <strong>de</strong> nosotros que cuando lo<br />

veíamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los valles; pero aunque el sol no esté velado pro ninguna nube, no<br />

parece poseer calor alguno, y no da sino una luz pálida y enfermiza como la <strong>de</strong> la<br />

luna llena.»<br />

Sólo <strong>Bolívar</strong> se erguía firme en medio <strong>de</strong> tantos <strong>de</strong>scalabros. «Reanimaba las<br />

tropas, hablábales <strong>de</strong> la gloria que les esperaba y <strong>de</strong> la abundancia que rebosaba en<br />

el país que marchaban a libertar. Los soldados le oían con placer y redoblaban sus<br />

fuerzas.»<br />

<strong>El</strong> mismo <strong>Bolívar</strong> <strong>de</strong>scribe así las penalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> esa marcha: «Un mes entero<br />

hemos marchado por las provincia <strong>de</strong> Casanare, superando nuevos obstáculos. La<br />

aspereza <strong>de</strong> las montañas que hemos atravesado es increíble a quien no lo palpa.<br />

Basta saber que, en cuatro marchas, hemos inutilizado casi todos los transportes<br />

<strong>de</strong>l parque, y hemos perdido todo el ganado que venía <strong>de</strong> repuestos. <strong>El</strong> rigor <strong>de</strong> la<br />

estación ha contribuido también a hacer más pesado el camino; apenas hay día<br />

que no llueva (2).»<br />

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