El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto
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Cornelio Hispano <strong>El</strong> <strong>Libro</strong> <strong>de</strong> <strong>Oro</strong> <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong><br />
— ¿Le agradaría a usted ir a Francia?<br />
— De todo corazón.<br />
— Pues bien, póngame usted bueno, doctor, e iremos juntos a Francia. Es un<br />
bello país que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la tranquilidad que tanto necesita mi espíritu, me ofrece<br />
muchas comodida<strong>de</strong>s propias para que yo <strong>de</strong>scanse <strong>de</strong> esta vida <strong>de</strong> soldado que llevo<br />
hace tanto tiempo...<br />
«Días <strong>de</strong>spués, ya muy grave el enfermo, el escribano notario <strong>de</strong> Santa Marta vino<br />
a la quinta y se puso en medio <strong>de</strong> un círculo formado por los generales Montilla,<br />
Carreño, Silva y los señores Joaquín <strong>de</strong> Mier, Ujueta y otras personas respetables, para<br />
leer la alocución dirigida por <strong>Bolívar</strong> a los colombianos. Apenas pudo llegar a la mitad,<br />
su emoción no le permitió continuar, y le fue preciso ce<strong>de</strong>r el puesto al doctor Recuero,<br />
auditor <strong>de</strong> Guerra, quien concluyó la lectura; pero al acabar <strong>de</strong> pronunciar las últimas<br />
palabras “yo bajaré tranquilo al sepulcro”, <strong>Bolívar</strong>, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la butaca don<strong>de</strong> estaba sentado,<br />
dijo con voz ronca: “Sí, al sepulcro... es lo que me han proporcionado mis<br />
conciudadanos... pero los perdono... ¡Ojalá que yo pudiera llevar conmigo el consuelo<br />
<strong>de</strong> que permanezcan unidos!” Al oír estas palabras, que parecían salir <strong>de</strong> la<br />
tumba, se me oprimió el corazón, y al ver la consternación pintada en el rostro <strong>de</strong> los<br />
circunstantes, a cuyos ojos asomaban las lágrimas, tuve que apartarme <strong>de</strong>l círculo para<br />
ocultar las mías, que no me habían arrancado cuadros más patéticos...<br />
«Llegó por fin el 17 <strong>de</strong> diciembre. Eran las nueve <strong>de</strong> la mañana, cuando me preguntó<br />
el general Montilla por el estado <strong>de</strong>l Libertador. Le contesté que a mi parecer no<br />
pasaría el día. Al oír estas palabras, el general se dio una palmada en la frente echando<br />
una formidable blasfemia, al mismo tiempo que las lágrimas se asomaban a sus ojos...<br />
«Cuando conocí que se iba aproximando la hora fatal, me senté a la cabecera<br />
teniendo en mi mando la <strong>de</strong>l Libertador, que ya no hablaba sino <strong>de</strong> un modo confuso.<br />
Sus facciones expresaban una completa serenidad; ningún dolor o señal <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cimiento<br />
se reflejaba sobre su noble rostro. Cuando advertí que la respiración se ponía<br />
estertorosa, el pulso <strong>de</strong> trémulo casi insensible, y que la muerte era inminente, me<br />
asomé a la puerta <strong>de</strong>l aposento y llamando a los generales, e<strong>de</strong>canes y los <strong>de</strong>más que<br />
componían el séquito <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong>: Señores, exclamé, si quieren uste<strong>de</strong>s presenciar los<br />
últimos momentos y postrer aliento <strong>de</strong>l Libertador, ya es tiempo. Inmediatamente fue<br />
ro<strong>de</strong>ado el lecho <strong>de</strong>l ilustre enfermo, y a pocos minutos exhaló su último suspiro<br />
Simón <strong>Bolívar</strong>, el Campeón <strong>de</strong> la Libertad sudamericana, el Sol <strong>de</strong> Colombia.<br />
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«<strong>El</strong> Libertador murió <strong>de</strong> tisis tuberculosa (1).»