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El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto

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Cornelio Hispano <strong>El</strong> <strong>Libro</strong> <strong>de</strong> <strong>Oro</strong> <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong><br />

así era que, cuando en ellos no tomaba la iniciativa, se ingería en todo y secundaba<br />

los impulsos <strong>de</strong>l progreso; siempre, eso sí, poniendo en primer término su personalidad,<br />

por lo que <strong>de</strong>cía en cierta ocasión don José M. Plata, que <strong>de</strong>bería llamarse<br />

Tomás XIV.»<br />

Venció a Juan José Flores, jefe supremo <strong>de</strong>l Ecuador, en la batalla campal <strong>de</strong><br />

Cuaspud, y luego le tendió la mano <strong>de</strong> antiguo camarada, y con él festejó su<br />

triunfo en alegre ágape campestre, en medio <strong>de</strong>l cual, bromeando y queriendo<br />

<strong>de</strong>slumbrarlo con su ciencia, como era su costumbre, le dijo: «Des<strong>de</strong> que observé<br />

tus posiciones comprendí que no conocías el arte <strong>de</strong> la castrametación.» Palabra<br />

que <strong>de</strong>bió <strong>de</strong>sconcertar y hacer sonreír a los que lo oían, y que, sin embargo, es<br />

término técnico en la milicia.<br />

De este prurito, muy explicable en Mosquera, <strong>de</strong> querer saberlo todo y ser él la<br />

primera persona don<strong>de</strong>quiera que se encontrara, da fe esta obra verídica anécdota.<br />

Comía Mosquera en casa <strong>de</strong> su hija, la señora Amalia <strong>de</strong> Herrán, en compañía <strong>de</strong>l<br />

doctor Joaquín Pardo Vergara, quien <strong>de</strong>spués fue obispo <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín, y se habló <strong>de</strong> las<br />

virtu<strong>de</strong>s heroicas <strong>de</strong> los santos <strong>de</strong> la Iglesia. Mosquera, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> oír las vidas <strong>de</strong> los<br />

santos, interrumpiendo <strong>de</strong> pronto al narrador, contó por su parte muchos hechos <strong>de</strong><br />

su carrera militar y política que <strong>de</strong>cía eran muy semejante cuando no superaban a los<br />

que se atribuían a los santos, y hasta tal punto llevaba ya la panegírica comparación que<br />

el doctor Pardo Vergara, mirándolo fijamente, le dijo:<br />

—Casi estoy persuadido, general, <strong>de</strong> que usted en efecto es un santo.<br />

—¡Y quién lo duda! —contestó secamente Mosquera (3).<br />

<strong>El</strong> general Mosquera fue protagonista <strong>de</strong> nuestro turbulento escenario político,<br />

llegó a la cumbre <strong>de</strong> los más altos puestos <strong>de</strong> su larga carrera pública; más <strong>de</strong><br />

una vez se vio dueño <strong>de</strong>l país, y, caso único en nuestro historia, cinco años <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> muerto, obtuvo los honores <strong>de</strong> la apoteosis con la estatua que se le erigió en el<br />

patio principal <strong>de</strong>l Capitolio Nacional, cuya primera piedra colocó él.<br />

«Su temperamento era rígidamente autocrático y dinástico, escribió Núñez<br />

en 1883. A veces <strong>de</strong>cía: «Yo no recibo el impulso, lo doy», aun en la época en que<br />

se mostraba más ardiente liberal y <strong>de</strong>mocrática. Pero no tenía miedo a las transformaciones,<br />

y en ese concepto distaba también mucho <strong>de</strong>l espíritu estrictamente<br />

conservador. Su verda<strong>de</strong>ro i<strong>de</strong>al era el ruido, la gloria, con gran<strong>de</strong>s dosis <strong>de</strong> orgulloso<br />

patriotismo. Su inteligencia era casi febril; sus dotes fundamentales, la audacia, la<br />

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