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El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto

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Cornelio Hispano <strong>El</strong> <strong>Libro</strong> <strong>de</strong> <strong>Oro</strong> <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong><br />

abrían a los patriotas que morían en el campo, pero que se cerraban ante los<br />

que morían huyendo <strong>de</strong>l enemigo.<br />

«<strong>El</strong> día <strong>de</strong>l combate cayó herido mortalmente a los primeros tiros (21).»<br />

He aquí cómo <strong>de</strong>scribe don Eduardo Blanco, e<strong>de</strong>cán <strong>de</strong> Paéz, e ilustre autor<br />

<strong>de</strong> Venezuela heroica, la muerte <strong>de</strong> Negro Primero:<br />

«En lo más encarnizado <strong>de</strong>l combate, Páez, lleno <strong>de</strong> asombro, ve <strong>de</strong> pronto<br />

salir <strong>de</strong> la nube <strong>de</strong> polvo que ocultaba a los combatientes a un jinete bañado en su<br />

propia sangre en quien al punto reconoce al Negro más pujante <strong>de</strong> los llaneros <strong>de</strong><br />

su guardia.<br />

«<strong>El</strong> caballo <strong>de</strong> aquel intrépido soldado galopaba sin concierto hacia el lugar<br />

don<strong>de</strong> se encuentra Páez, pier<strong>de</strong> en breve la carrera, toma el trote y <strong>de</strong>spués paso a<br />

paso, las riendas sueltas sobre el vencido cuerpo, la cabeza abatida y la abierta nariz<br />

rozando el suelo que se enrojece a su contacto, avanza sacudiendo su pesado<br />

jinete, que parece sostenerse automáticamente sobre la silla. Sin ocultar el asombro<br />

que le causa aquella inesperada retirada, Páez le sale al encuentro, y apostrofando<br />

con dureza a su antiguo émulo en bravura, en cien reñidas li<strong>de</strong>s, le grita<br />

amenazándole con un gesto terrible: —¿Tienes miedo? ¿No quedan ya enemigos?...<br />

¡Vuelve y hazte matar!... Al oír aquella voz que resuena irritada, caballo y<br />

jinete se <strong>de</strong>tienen: el primero, que ya no pue<strong>de</strong> dar un paso más, dobla las piernas<br />

como para abatirse; el segundo abre los ojos que resplan<strong>de</strong>cen como ascuas y se<br />

yergue en la silla; luego arroja por tierra la po<strong>de</strong>rosa lanza, rompe con ambas<br />

manos el sangriento dormán, y poniendo a <strong>de</strong>scubierto el pecho <strong>de</strong>snudo don<strong>de</strong><br />

sangran copiosamente dos heridas profundas, exclama balbuciente: —¡Mi general!<br />

... vengo a <strong>de</strong>cirle adiós... porque estoy muerto... Y caballo y jinete ruedan sin<br />

vida sobre el revuelto polo, a tiempo que la nube se rasga y <strong>de</strong>ja ver nuestros llaneros<br />

vencedores lanceando por la espalda a los escuadrones españoles que huyen<br />

<strong>de</strong>spavoridos.<br />

«Páez dirige una mirada llena <strong>de</strong> amargura al fiel amigo, inseparable compañero<br />

<strong>de</strong> todos sus pasados peligros, y, a la cabeza <strong>de</strong> algunos cuerpos <strong>de</strong> jinetes,<br />

corre a vengar la muerte <strong>de</strong> aquel bravo soldado, y aquella violenta acometida<br />

<strong>de</strong>ci<strong>de</strong> la batalla (22).»<br />

Al saber su muerte <strong>Bolívar</strong>, la consi<strong>de</strong>ró como una <strong>de</strong>sgracia, y se lamentaba <strong>de</strong><br />

que no le hubiese sido dado presentar en Caracas aquel hombre singular en la sencillez<br />

y sin par en el coraje; aquel negro inculto pero horoico que tuvo una frase digna<br />

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