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El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto

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En aquel tiempo, o sea en los dos lustros que precedieron a la Revolución <strong>de</strong><br />

1810, la vida <strong>de</strong> la colonias ultramarinas <strong>de</strong> España era holgada, tranquila y<br />

patriarcal, como era alegre y confiada, suntuosa y floreciente la vida <strong>de</strong> Francia en<br />

ese gran siglo XVIII, mientras en las más bajas capas sociales ardían secreta y lentamente<br />

las chispas salidas <strong>de</strong> los cerebros <strong>de</strong> los filósofos y que habrían <strong>de</strong> estallar<br />

<strong>de</strong> súbito en la maravillosa hoguera <strong>de</strong>l 89. En el dichoso Virreinato <strong>de</strong> la Nueva<br />

Granada habían disminuido, ya tardíamente, es cierto, los impuestos, pechos y<br />

alcabalas; era próspero el comercio, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un letargo tres veces secular; los<br />

productos <strong>de</strong> la tierra, como el café y el cacao, enriquecían a los dueños <strong>de</strong> las<br />

vastas haciendas don<strong>de</strong> trabajaban graciosamente y como bestias los esclavos; en<br />

los potreros, <strong>de</strong>hesas y sabanas pastaban multicolores e innumerables rebaños,<br />

gordos y lozanos, que excediendo al consumo empezaban a <strong>de</strong>sfilar hacia las<br />

Antillas en pingües intercambios mercantiles.<br />

Así plácidos y monótonos y confiados transcurrían los días y los años y los<br />

siglos en nuestro sumiso y feliz Nuevo Reino, renombrado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus orígenes<br />

hasta hoy por la fertilidad <strong>de</strong> sus campos, sus ingentes riquezas naturales, entonces<br />

como hoy, ocultas y custodiadas por dragones <strong>de</strong> siete cabezas, como las manzanas<br />

<strong>de</strong> oro <strong>de</strong>l Jardín <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s; su incomparable posición geográfica<br />

entre los dos Océanos, la sorpren<strong>de</strong>nte belleza <strong>de</strong> sus valles, florestas, bosques y<br />

vírgenes montañas, y la mansa y pía condición <strong>de</strong> sus habitantes, impregnados,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, <strong>de</strong> cierta encantadora melancolía religiosa u olvido <strong>de</strong> las cosas<br />

ilusorias y perece<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la tierra, que aún perdura intacta en nuestra alma nacional,<br />

a Dios gracias, por las tangibles y eternas <strong>de</strong>l cielo.<br />

Lo maravilloso llena la vida <strong>de</strong> los sencillos colonos que atribuyen a los santos<br />

y al <strong>de</strong>monio una permanente intervención en los más minuciosos inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong><br />

su plácida existencia. Aquí y allá, pesados conventos, sin fachadas, todos con nombres<br />

<strong>de</strong> santos: San Francisco, San Diego, Santo Domingo, <strong>El</strong> Carmen, San<br />

Agustín, Santa Clara, La Enseñanza, La Concepción, La Capuchina, en cuyos<br />

muros converge toda autoridad, todo pensamiento y toda vida. Las campanas es<br />

lo único que levanta la voz en la ciudad <strong>de</strong>sierta y como dormida; la biblioteca<br />

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