El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto
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Corrían los años <strong>de</strong> 1783 —refiere un antiguo cronista caraqueño— présagos<br />
<strong>de</strong> tiempos tempestuosos que <strong>de</strong>bían marcar el siglo XVIII entre los más gran<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l mundo. Pero en las colonias españolas reinaba una paz<br />
octaviana y la vida se <strong>de</strong>slizaba sin afanes en medio <strong>de</strong> la quietud doméstica y el<br />
cuidado <strong>de</strong> la hacienda.<br />
En la tranquila metrópoli <strong>de</strong> la Capitanía General <strong>de</strong> Venezuela, había en la<br />
plaza <strong>de</strong> San Jacinto (hoy Plaza <strong>de</strong>l Venezolano), entre las esquinas <strong>de</strong> San Jacinto<br />
y Troposo, una casa maciza, <strong>de</strong> pesada y solidísima arquitectura, cuya serie <strong>de</strong> balcones,<br />
cruzados por circulares barrotes <strong>de</strong> hierro, daban indicios <strong>de</strong> que nuestros<br />
padres se cuidaban mucho <strong>de</strong> la seguridad individual.<br />
En esa casa hay una extraña animación: es el día 30 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1783 y los<br />
criados van y vienen afanosos trayendo y llevando sendas fuentes <strong>de</strong> confitura,<br />
golosinas y botellas <strong>de</strong> lo puro. Todo indica que hay en la casa <strong>de</strong> San Jacinto uno<br />
<strong>de</strong> esos sucesos que forman época en los anales <strong>de</strong> las familias.<br />
En un salón casi cuadrado y cuyas pare<strong>de</strong>s ostentaban ricas colgaduras <strong>de</strong><br />
damasco, estaban reunidas hasta doce personas, a cual más grave y ceremoniosa.<br />
En el frente <strong>de</strong>l salón, y arrellanado en una poltrona <strong>de</strong> terciopelo carmesí, coronada<br />
por armas doradas complicadísimas y capaces <strong>de</strong> hacer estudiar dos horas<br />
seguidas al más cumplido heraldista, estaba sentado un hidalgo cuya franca y<br />
serena fisonomia apenas manifestaba cuarenta años, aunque es cierto que frisaba<br />
ya en los cincuenta. Sus ojos azules, <strong>de</strong> luz pura, sus labios <strong>de</strong>lgados y ligeramente<br />
arqueados en el extremo, su peluca empolvada y rizada con exquisito esmero, manifestaban<br />
el tipo caballeresco y digno <strong>de</strong>l hidalgo español <strong>de</strong>l siglo XVIII. Era este<br />
personaje don Juan Vicente <strong>Bolívar</strong> Jaspe y Montenegro, marqués <strong>de</strong>l Aragua, vizcon<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> Toro, señor <strong>de</strong> Aroa, coronel perpetuo <strong>de</strong> las milicias <strong>de</strong> Aragua, caballero<br />
cruzado, caballero <strong>de</strong> Santiago, regidor perpetuo y opulentísimo propietario <strong>de</strong><br />
Venezuela (2). A su lado estaba su digna señora, esposa doña María <strong>de</strong> la Concepción<br />
Palacios y Blanco, casada en diciembre <strong>de</strong> 1772, <strong>de</strong>partiendo, en reposada plática,<br />
con su primo, el doctor don Juan Félix Jerez y Aristiguieta, canónigo doctoral <strong>de</strong> la<br />
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