El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto
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<strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>bían correspon<strong>de</strong>r a los furores <strong>de</strong>l ataque: la represalia no era un <strong>de</strong>recho,<br />
era un <strong>de</strong>ber (2).»<br />
La crueldad española tornó los cor<strong>de</strong>ros en lobos, y las palomas en serpientes. Y<br />
<strong>Bolívar</strong>, comprendiendo que mientras la opinión <strong>de</strong>l país favoreciese a los españoles la<br />
in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia era imposible, resolvió echar entre América y España un abismo que no<br />
pudiera llenarse sino con las inmensas moles <strong>de</strong> granito que se estaba ya elaborando en<br />
su cerebro y que se llamaron <strong>de</strong>spués Boyacá, Carabobo, Bomboná, Junín, Ayacucho,<br />
y ese insondable abismo fue la guerra a muerte: terrible necesidad <strong>de</strong> la época que aun<br />
hoy mismo no po<strong>de</strong>mos recordar sin estremecernos.<br />
Las cruelda<strong>de</strong>s que precedieron y que siguieron a esa terrible <strong>de</strong>claratoria,<br />
los fusilamientos colectivos, la carnicería <strong>de</strong> las batallas, prologándose años tras<br />
años, acabaron con los últimos restos <strong>de</strong> sentimientos humanitarios <strong>de</strong> los contendores.<br />
La necesidad <strong>de</strong>l triunfo hizo que se antepusiesen a todos en mérito<br />
los servicios militares, y que el prestigio <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> espada y lanza<br />
subiese hasta el punto <strong>de</strong> que se acostumbrasen a ver con <strong>de</strong>sprecio a las <strong>de</strong>más<br />
clases sociales. Y eso explica por qué los militares se consi<strong>de</strong>raban tan amos <strong>de</strong><br />
la tierra como el mismo rey a quien acabábamos <strong>de</strong> expulsar. Los caudillos <strong>de</strong><br />
la revolución tuvieron que aceptar en sus filas a cuantos hombres malos y<br />
corrompidos se presentaban a tomar servicio estimulados con el pillaje y con la<br />
esperanza <strong>de</strong> repartirse más tar<strong>de</strong> los bienes <strong>de</strong> los españoles. Era preciso tolerar<br />
la licencia en los campamentos y la rapiña en los campos, so pena <strong>de</strong> ver<br />
formarse en las filas claros que era imposible llenar. Y con esos elementos, y<br />
sobre ese mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> guerra implacable, <strong>de</strong>sesperada, a muerte, se calcaron las<br />
costumbres políticas <strong>de</strong> la naciente República. <strong>Bolívar</strong> mismo se lamentaba <strong>de</strong><br />
ello ante sus amigos <strong>de</strong> Bucaramanga, pero la verdad es que nunca tuvo valor<br />
para <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> aquellos elementos, abominables, si bien útiles y <strong>de</strong>cisivos<br />
en las batallas, pero funestos y corruptores en la paz.<br />
Briceño<br />
XI. La Guerra a muerte<br />
Antonio Nicolás Briceño era en Caracas, antes <strong>de</strong> 1810, según el historiador<br />
realista José Domingo Díaz, un hombre ilustrado, pru<strong>de</strong>nte y mo<strong>de</strong>rado. Al<br />
estallar la revolución, poco a poco fue exaltándose su carácter hasta el punto <strong>de</strong><br />
que la opinión pública le señaló con el apodo <strong>de</strong> <strong>El</strong> Diablo.<br />
No obstante lo afirmado por Díaz, Briceño <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1807 mostró el carácter<br />
irascible que causó en 1813 su separación <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong> y la catástrofe<br />
<strong>de</strong> que fue víctima. Casado con la joven y bella Dolores Jerez Aristeguieta y<br />
Gedler, nieta <strong>de</strong> María Jacinta <strong>Bolívar</strong> y Ponte, se hallaba en aquel año en el<br />
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