El Libro de Oro de Bolívar - Otra Mirada del Conflicto
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Cornelio Hispano <strong>El</strong> <strong>Libro</strong> <strong>de</strong> <strong>Oro</strong> <strong>de</strong> <strong>Bolívar</strong><br />
Se compren<strong>de</strong>, pues, que esta maravilla <strong>de</strong> la Naturaleza haya atraído siempre<br />
ilustres visitantes. En 1827 la visitó el duque <strong>de</strong> Montebello. En 1832, el joven<br />
Pedro Bonaparte, hijo <strong>de</strong> Luciano, príncipe <strong>de</strong> Canino, primo <strong>de</strong> Napoleón III, quien<br />
vino a Bogotá con el general Santan<strong>de</strong>r. En 1842, el barón <strong>de</strong> Lita; más tar<strong>de</strong>, el barón<br />
Gross; pero, <strong>de</strong> todos los visitantes <strong>de</strong>l salto <strong>de</strong> Tequendama, ninguno ha <strong>de</strong>jado un<br />
recuerdo tan perdurable como <strong>Bolívar</strong>, <strong>de</strong> ahí que en la portada i<strong>de</strong>ada por Alberto<br />
Urdaneta para el Papel Periódico Ilustrado <strong>de</strong>stacara la sombra <strong>de</strong>l Libertador sobre el<br />
raudal espumoso <strong>de</strong>l salto; <strong>de</strong> ahí que nadie que se acerca a aquel abismo sublime <strong>de</strong>je<br />
<strong>de</strong> traer a su memoria el heroico episodio que nos relata don Juan Francisco Ortiz:<br />
«En 1826, dice, el general <strong>Bolívar</strong> visitó el salto <strong>de</strong> Tequendama, y entusiasmado<br />
con tan magnífica escena, no pudo contenerse y saltó, con botas herradas <strong>de</strong><br />
campaña y espuelas, a una piedra <strong>de</strong> dos metros cuadrados que forma como un<br />
diente en la horrorosa boca <strong>de</strong>l abismo... Un falso, un resbalón, hubieran bastado<br />
para confundirle con las vertiginosa ondas...<br />
«Aquel día acompañaban a <strong>Bolívar</strong> muchos amigos, y entre ellos muchos<br />
militares. De regreso <strong>de</strong>l salto, llegaron a la hacienda <strong>de</strong> Canoas, don<strong>de</strong> el señor<br />
don Fernando Rodríguez, propietario <strong>de</strong> la hacienda, les tenía preparado un<br />
refresco <strong>de</strong> frutas, vinos y colocaciones. Entre trago y trago empezaron a menu<strong>de</strong>ar<br />
los brindis y un oficial llanero echó contra los chapetones uno que hizo reír a<br />
carcajadas. Todos aplaudieron menos el dueño <strong>de</strong> la casa, que se quedó muy serio;<br />
notando lo cual, díjole el Libertador:<br />
«— Señor Rodríguez, ¿por qué no nos acompaña usted a hacer la razón?<br />
«— Porque siendo español, no creo que eso sea razonable.<br />
«— Ojalá tuviésemos muchos patriotas como usted, señor don Fernando —<br />
le contestó <strong>Bolívar</strong> (2).»<br />
<strong>Bolívar</strong> quiso unir siempre su nombre al <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s monumentos <strong>de</strong> la<br />
Naturaleza, o al <strong>de</strong> las ruinas <strong>de</strong> la clásica antigüedad: sobre el monte sacro <strong>de</strong> la<br />
campiña romana jura la libertad <strong>de</strong> su patria; con Humboldt sube al Vesubio;<br />
entre las ruinas <strong>de</strong>l terremoto <strong>de</strong> Caracas pronuncia una <strong>de</strong> sus palabras épicas y<br />
memorables; atraviesa los An<strong>de</strong>s obscureciendo a Aníbal; escala el Chimborazo;<br />
visita «las encantadas fuentes amazónicas», el templo <strong>de</strong>l Sol en Cuzco, el lago<br />
Titicaca, y una tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong> inmarcesible gloria, levanta en sus propias manos el tricolor<br />
colombiano sobre la cumbre <strong>de</strong>l Potosí.<br />
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