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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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o doce metros de la orilla, mostrando primero el lomo brilloso alrededor del cual el<br />

agua se arremolina, y sacando en seguida la cabeza, brusco, sacudiéndola con<br />

violencia lenta para liberarse del agua. A medida que avanza hacia la orilla su<br />

cuerpo emerge, gradual, del agua: los hombros, el pecho, el abdomen tenso y<br />

redondo, el pantaloncito de baño pegado a las piernas relativamente flacas en<br />

relación con el volumen del cuerpo, las rodillas pétreas. Un pito pende de su<br />

pecho, asegurado alrededor del cuello por un hilo negruzco. Chorreando agua, el<br />

bañero pasa a su lado y la saluda con deferencia. Elisa contempla sus pies,<br />

bronceados como el resto del cuerpo; al caminar sobre la franja de arena húmeda<br />

que bordea la playa, dejan ver las plantas blancas que imprimen huellas anchas e<br />

irreconocibles, casi inhumanas. Elisa permanece inmóvil en la orilla, aspirando el<br />

olor peculiar del agua, salvaje, a detritus, a plantas acuáticas, a barro y a pescado.<br />

El estruendo que producen los cuerpos al sumergirse, las voces, los gritos, los<br />

pataleos de los chicos en el borde del agua, parecen resonar lejos, como si Elisa<br />

estuviese en otra parte, en penumbras todavía, y los oyese venir, filtrándose a<br />

través de las paredes, de los cuartos vacíos y del aire o, mejor incluso, como si<br />

encerrada en una habitación, en la oscuridad, a miles de kilómetros de allí,<br />

estuviese únicamente imaginándolos. Cuando se zambulle y empieza a<br />

evolucionar bajo el agua, los ruidos se desvanecen de su oído pero persisten<br />

todavía en la memoria, un poco más nítidos, le da la impresión, que cuando estaba<br />

escuchándolos parada en el borde de la playa, e incluso un poco más nítidos que el<br />

rumor subacuático que la envuelve mientras permanece en el fondo. El chapuzón<br />

la ha despejado un poco, y al salir del agua y ponerse a caminar entre los bañistas<br />

dispersos sobre la arena, el aire tibio se adhiere a su piel, como si el crepúsculo, a<br />

pesar de haber disminuido su incandescencia, lo hubiese vuelto un poco más<br />

pegajoso. Bajo la ducha fría se siente todavía mejor: como si el agua fuese abriendo,<br />

poco a poco, un telón en su mente, dejando ver un decorado minucioso, bien<br />

iluminado, de comedia burguesa; todos los objetos son nítidos, con sus siluetas<br />

recortadas limpias en el espacio, reconocibles en tanto que tales, definidos en sus<br />

funciones y puestos en el lugar exacto que les corresponde. Cuando su mente se<br />

vacía otra vez, no hay ni peso, ni opacidad, ni angustia. Es apenas el intervalo<br />

natural entre decorado y decorado, como el ramalazo negro que separa, sobre una<br />

pared blanca, la proyección de dos diapositivas de colores. Mientras se va secando<br />

en el cuarto de baño le vienen recuerdos, pensamientos, representaciones precisas<br />

de personas y de objetos familiares que ocupan, en el mundo, un lugar natural del<br />

que Elisa no duda ni un segundo que sea el justo y el verdadero. La nitidez fácil<br />

del mundo le produce una euforia breve, que se manifiesta cu el vigor con que se<br />

va frotando, minuciosa, el cuerpo desnudo con la toalla verde. De pronto, un<br />

recuerdo permanece, se ahonda, ocupa todo el horizonte visible, y Elisa va recuperando,<br />

uno a uno, sus detalles, va situándolo en el museo de su pasado, toda<br />

vuelta hacia él, acompañando su evocación, que se le ha presentado porque sí, sin<br />

ninguna razón aparente, de los movimientos vigorosos que imprime a la toalla<br />

verde sobre su piel húmeda, color de bronce. No es ni siquiera consciente de estar<br />

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