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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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Adivinan, sin prestar atención, mientras siguen comiendo, sin hablar, por<br />

sobre el tintineo de los cubiertos contra los platos de loza blanca, y por el ruido del<br />

motor, el recorrido del auto: ha bajado sin duda de la carretera de asfalto que lleva<br />

a la ciudad, viniendo, por la calle principal, a la plaza, ha bordeado la plaza, ha<br />

doblado a la izquierda alejándose de ella y del centro del pueblo, de la iglesia, y ha<br />

venido viniendo, por las calles oscuras, en dirección a la playa —ahora pasa por la<br />

calle arbolada, bordeando la vereda de los ligustros, y su conductor, al ver sin<br />

duda a la luz de los faros el coche negro estacionado en la cuneta ha continuado un<br />

poco, descendiendo el declive y estacionando en la entrada de la playa.<br />

En el silencio que sucede, el ruido del motor, que ya se ha apagado, parece<br />

continuar resonando todavía, en el aire negro del exterior, o en el oído, o, mejor,<br />

incluso, en la memoria, hasta que desaparece del todo, como si hubiese ido<br />

hundiéndose, gradual, entre los pliegues de una sustancia porosa, negra y sin<br />

límites.<br />

Después de ese eco demorado del ruido del motor no se oye más <strong>nada</strong>, ni<br />

siquiera el tintineo de los cubiertos contra los platos de loza blanca de los que van<br />

disminuyendo los pedacitos de carne frita que llevan adheridas hojitas de perejil,<br />

porque durante un momento el Gato y Elisa se quedan inmóviles, aferrando los<br />

tenedores, la cabeza incli<strong>nada</strong> hacia los platos que los ojos recorren, se diría, sin<br />

ver.<br />

Desde la playa negra viene, en dos tiempos, el ruido de las puertas del coche,<br />

al abrirse y al cerrarse, un poco más alto que las voces y las risas de un hombre y<br />

de una mujer que han de estar sin duda avanzando por la playa, buscando sin<br />

duda algún lugar para sentarse, o tal vez con la intención de entrar en el agua.<br />

Inmóvil, aferrando el tenedor, la cabeza incli<strong>nada</strong> hacia el plato que sus ojos<br />

recorren, se diría, sin ver, el Gato se representa la pareja que sale del coche, el<br />

hombre por la puerta del volante, la mujer por la del otro lado, las caras vueltas<br />

hacia el agua, en la playa negra, hasta que la imagen se borra y el tenedor baja<br />

hacia el plato.<br />

También Elisa, al oír el ruido de las puertas y de las voces, se ha<br />

representado, durante una fracción de segundo, a la pareja que ha de estar<br />

avanzando, con pasos trabajosos, por la arena en declive, hacia la playa, y mientras<br />

la escena se forma en su imaginación su mirada se fija en la cara del Gato en la que<br />

una expresión vaga, fugaz, consecuencia tal vez de la atención que ha prestado a<br />

los ruidos de la playa, se refleja y se borra al mismo tiempo que su mano izquierda<br />

encamina el tenedor hacia el plato en el que brillan los pedacitos de carne frita<br />

salpicados de perejil.<br />

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