Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
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dándole la complejidad de un sistema de poleas y de pistones combinados donde<br />
un ligero desnivel de recurrencia no sólo no desentona sino que contribuye a<br />
aportar cierta complejidad armónica al conjunto.<br />
Los quejidos de la mujer, cuya frecuencia se prolonga y cuya intensidad va en<br />
aumento, resuenan sobre el fondo monótono de los jadeos del Gato hasta que, de<br />
golpe, el movimiento circular de vientre de la mujer y el movimiento vertical de<br />
vaivén de las nalgas del Gato, durante unos segundos, se detienen, antes del<br />
coletazo final, un violento sacudimiento de caderas que se repite tres, cuatro, cinco<br />
veces, acompañado de una serie de gritos, de lamentos, de obscenidades, de<br />
suspiros, de exclamaciones que llenan el aire lívido de la pieza.<br />
De rodillas, el Gato hunde el mentón entre las piernas separadas de Elisa,<br />
entre los pelos negros del pubis. Elisa, parada a un costado de la cama, tiene el<br />
cuerpo rígido e inclinado un poco hacia atrás, de modo que es su vientre lo que<br />
sobresale, en tanto que la espalda de bronce está como oblicua respecto de su<br />
cintura. Sus hombros se sacuden tal vez porque sus manos acarician la cabeza del<br />
Gato, hundida entre sus muslos y, por la posición de su cuerpo, sus brazos se<br />
estiran al máximo para poder tocar el cabello rubio.<br />
Sobre la cama, Elisa, en cuatro patas, la cara casi tocando la pared, las manos<br />
apoyadas sobre la almohada, espera, sin impaciencia, que el Gato, que avanza<br />
hacia ella, de rodillas, desde la otra punta de la cama, comience a separar, con<br />
manos sudorosas, sus nalgas que presentan en la parte inferior una franja<br />
blancuzca horizontal, único contraste en su cuerpo de bronce. Cuando, después de<br />
una búsqueda trabajosa, el Gato entra por fin en ella, Elisa emite un quejido ronco,<br />
profundo, prolongado, y va dejándose caer, boca abajo, despacio, hasta quedar<br />
extendida sobre la cama, con el Gato adherido a ella como una limadura de hierro<br />
a la superficie de un imán.<br />
En la jarra transparente, llena de agua hasta un poco más arriba de la mitad,<br />
Elisa va dejando caer, sin apuro, cucharadas de azúcar molida que saca de la<br />
azucarera blanca. Cuando la revuelve con la cuchara, con movimientos vigorosos,<br />
el agua se enturbia y después, a medida que va dejando de sacudirse, mientras<br />
Elisa corta los tres limones en cuatro pedazos, recupera algo de su transparencia<br />
original. Después es la caída de los limones lo que vuelve a agitarla. Por fin Elisa<br />
saca hielo de la heladera, deja caer varios cubitos en el interior de la jarra, y se pone<br />
a revolver con movimientos enérgicos la mescolanza. El Gato recoge, de sobre el<br />
fogón, la cubetera, la llena de agua, y la vuelve a guardar en la heladera. No se oye,<br />
en toda la casa, más que el tintineo de la cuchara, el ruido del agua derramándose<br />
sobre la cubetera, la puerta de la heladera al abrirse y al cerrarse, el murmullo casi<br />
imperceptible de los pies desnudos deslizándose sobre las baldosas coloradas.<br />
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