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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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las pantallas de televisión comienza a titilar en la mayoría de las casas, a través de<br />

las ventanas y de las puertas, abiertas de par en par, y el sonido de las series<br />

norteamericanas, hecho de chirridos de cubiertas, de vidrios rotos, de música<br />

melosa y de ráfagas de ametralladoras, sube al mismo tiempo de miles y miles de<br />

aparatos, llenando el aire caliente y ennegrecido de estremecimientos sonoros.<br />

Elisa deja atrás por segunda vez el Parque Sur y atravesando el centro un poco más<br />

frecuentado a causa del anochecer, y dejándolo también atrás, estaciona por fin<br />

ante la puerta de su casa. El interior está oscuro y caldeado. Elisa se desnuda en la<br />

oscuridad del dormitorio y después abre, una por una, las ventanas que dan al<br />

fondo. Recién cuando llega al cuarto de baño enciende la luz. Mientras el agua va<br />

llenando la bañadera, Elisa orina sentada en el inodoro con las piernas separadas,<br />

el codo izquierdo apoyado en el muslo y la mejilla con la palma de la mano.<br />

Cuando la bañadera se llena hasta la mitad, Elisa entra en el agua. El agua le llega<br />

hasta el pecho, de modo que las tetas de bronce flotan, medio sumergidas. Con los<br />

ojos cerrados, la espalda y la cabeza apoyadas en el declive de la bañadera, Elisa<br />

trata de salir de su aturdimiento, de aligerar la piedra compacta que ocupa el lugar<br />

de su mente, atravesada de tanto en tanto por imágenes que vienen solas y que no<br />

parecen pertenecer a nadie, que no evocan <strong>nada</strong>, que no vienen mezcladas con<br />

ninguna emoción ni con ningún sentimiento y que no parecen tener tampoco<br />

ningún significado, como recuerdos que perteneciesen a otros y estuviesen<br />

flotando en su cabeza por equivocación. Por fin se deja deslizar y sumerge la<br />

cabeza en el agua. Durante unos segundos, en el cuarto de baño iluminado<br />

persiste, en medio del silencio, el eco de los ruidos acuáticos que ha producido el<br />

cuerpo de bronce al sumergirse entero en el agua. Y cuando la cabeza vuelve a<br />

salir, el pelo pegado a las sienes y a la nuca, chorreando agua, los ojos cerrados y<br />

apretados parecen tener más vida que cuando miraban, abiertos y fijos, el<br />

cielorraso. Cuando sale de la bañadera, Elisa se pone una salida de baño verde, se<br />

calza unas chinelas y comienza a secarse el pelo mientras contempla, en la<br />

oscuridad de la sala, la televisión. Un hombre vestido de frac, cuyas partes claras<br />

—las manos, la cara, la pechera de la camisa, el instrumento— parecen engarzadas<br />

en la oscuridad, toca una melodía en una larga flauta plateada. En el lugar de los<br />

ojos tiene dos círculos de sombra. Cuando la música termina, la flauta baja a la<br />

altura del pecho, la cabeza se adelanta un poco de manera tal que la sombra de los<br />

ojos se borra, y en la boca fina, casi sin labios, aparece una semisonrisa. El hombre<br />

comienza a alzar despacio la flauta y, justo cuando está por tocar los labios, el<br />

instrumento se desintegra, pulverizándose, transformándose en una nubecita de<br />

un polvo plateado que cintila y que va volviéndose cada vez más tenue hasta<br />

desaparecer por completo. El ilusionista se inclina, sobrio y rígido, cuando se<br />

encienden las luces del estudio y un ruido de aplausos entusiastas —sin duda<br />

pregrabados— recompensa su número. Después, en las informaciones locales,<br />

hablan de un caballo blanco que han matado la noche antes en Rincón. Pasan un<br />

comunicado de la Sociedad Protectora de Animales y el comentarista comienza a<br />

dar detalles del acontecimiento. Elisa deja el secador sobre la mesa y encendiendo<br />

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