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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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el patio, con un tiro en la cabeza y todas las tripas afuera: el dueño, decían, así<br />

parece, había despedido al cuidador, y además le había dado unos golpes. El<br />

cuidador se fue para su casa con la cara y la camisa llenas de sangre. Todo eso<br />

había ocurrido en el pueblo desde la noche anterior. No, si él lo venía diciendo, si<br />

él se lo decía siempre a su señora: desde un tiempo atrás, todo estaba mal<br />

encaminado. En la costa entera, de noche, hombres salían armados de un revólver<br />

y de una cuchilla a matar caballos, y nadie que tuviese un caballo podía dormir<br />

tranquilo en la costa, y aun sin caballos no se podía dormir, porque era posible<br />

también que la persona que dormía en la cama con uno, o en la pieza de al lado,<br />

estuviese levantándose a la madrugada sin hacer ruido para salir por los campos<br />

con el cuchillo y la pistola.<br />

La piel tostada, el cabello rubio como ceniciento, la cabeza gacha, el Gato va<br />

atravesando, en línea recta, la playa desierta en dirección al agua, dejando tras de<br />

sí el espacio, que ha llenado un momento con su cuerpo, vacío otra vez, y mientras<br />

escucha el largo monólogo de su interlocutor, el bañero cree percibir, durante una<br />

fracción de segundo, repetida al infinito, en el espacio comprendido entre la<br />

fachada blanca y el punto en el que ahora se encuentra el cuerpo del Gato, la<br />

imagen de ese cuerpo en cada una de las posiciones de marcha que ha adoptado<br />

durante el trayecto recorrido.<br />

Mientras el Gato avanza hacia el agua —el espacio que lo separa de la orilla<br />

va reduciéndose de un modo gradual—en la luz destellante, el bañero, que por<br />

cortesía hacia su interlocutor debe, para probar la atención que presta a su relato,<br />

mirarlo casi continuamente a los ojos, trata de tanto en tanto de alcanzar su mirada<br />

para saludarlo, de modo que sus ojeadas furtivas hacia el Gato, lanzadas a cada<br />

distracción de su interlocutor, le muestran al Gato cada vez más cerca de la orilla<br />

sin que le haya sido posible ver su desplazamiento, de modo tal que a la<br />

descomposición visionaria del cuerpo del Gato en todos los movimientos de la<br />

marcha, se agrega ahora la ilusión de un progreso por saltos discontinuos que<br />

acortan bruscos la distancia que separa al Gato de la orilla.<br />

El hombre ha dejado de hablar y escruta en la cara del bañero los efectos de<br />

su largo relato: su propia cara refleja la ansiedad del narrador que, ya vacío de su<br />

relato, indaga en la expresión del oyente si el destino de sus palabras ha sido<br />

aproximadamente el buscado, y si los gestos del otro corroboran la eficacia de su<br />

narración. Los ojos abiertos, un poco en sombra bajo el ala del sombrero de paja,<br />

recorren la cara redonda del bañero que trata de componer una expresión<br />

apaciguadora. Sí, en efecto, parece querer decir la expresión del bañero: en efecto<br />

toda esta historia de caballos es aproximadamente como usted la acaba de contar,<br />

es más o menos de ese modo como han debido suceder las cosas que tienen, por<br />

otra parte, de un modo general, el sentido que usted, con su relato, les ha dado. Y<br />

el bañero, dejando a la disposición del narrador su expresión de aquiescencia, gira<br />

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