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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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con walkies-talkies, han informado a los ejecutantes de los desplazamientos del<br />

Caballo, han ido adelante para ir guiando al coche claro en su retirada? Es difícil<br />

asegurarlo. ¿Ha habido tal vez un solo coche, el que los agentes han visto y con<br />

cuyos ocupantes ha tenido lugar el tiroteo? Algunos testigos vieron dos coches<br />

claros, siguiéndose a poca distancia, en el camino de asfalto, en dirección a la<br />

ciudad. Pero la tesis que sostiene el ejército consiste en afirmar que el o los coches<br />

no pueden haber ido demasiado lejos —que, como el dios de Patmos, dice Tomatis,<br />

están cerca pero son difíciles de asir. El Caballo, ha dicho Tomatis hace un<br />

momento, había tenido tiempo de subir por la alcantarilla hasta la vereda alta de<br />

ladrillos, pero no de entrar en la comisaría. Ahí está ahora, ha dicho, boca abajo,<br />

empapado en su propia sangre, sobre los ladrillos.<br />

Parados en el borde del agua, Elisa y Tomatis se recortan, dando la espalda a<br />

la casa, contra la isla baja y polvorienta y el azul ceniciento del cielo. Miran el agua,<br />

tibia, dorada o caramelo, que pasa, casi imperceptible, hacia el sur. Detrás está el<br />

semicírculo de la playa, con la casa blanca que refulge al sol y que ya no proyecta,<br />

sobre la extensión de pasto ralo que precede a la playa propiamente dicha, ninguna<br />

franja de sombra. El aire parece como enturbiado, de a ratos, por una bruma<br />

cenicienta, y el contraste entre el azul del cielo y la luz amarilla crea una especie de<br />

transparencia verdosa. Mientras hemos atravesado la extensión amarilla de la<br />

playa, la arena ha venido quemándonos la planta de los pies. Hemos debido<br />

caminar como rebotando, para disminuir la presión de los pies sobre el suelo<br />

caliente. Ahora Elisa y Tomatis se recortan, dándome la espalda, mientras<br />

acomodo en el suelo los cigarros, los cigarrillos y los fósforos, contra la isla baja y<br />

polvorienta y el azul ceniciento del cielo, atravesado de reflejos verdosos. De golpe,<br />

Tomatis se acuclilla y se pone a observar la franja de tierra húmeda y blanda que<br />

separa la playa del agua. "Miren", dice. "Huellas." Nos acuclillamos junto a él: en la<br />

franja lisa y húmeda un pajarito ha dejado, nítida, repetida varias veces en una<br />

línea irregular, la huella de sus patas: un ángulo agudo dividido por una bisectriz,<br />

un esqueletito frágil de abanico, un signo. Tomatis se ríe, lento y breve, abstraído,<br />

mirando fijo, un poco jadeante por la posición incómoda de su cuerpo, las huellas<br />

diminutas.<br />

Río arriba, en la orilla del vado, una buena porción de suelo está desfigurada<br />

por huellas de caballos; pozos resecos y superpuestos, como de tierra pisoteada a<br />

propósito, y de un modo constante, por patas innumerables, forman una superficie<br />

atormentada por una escritura menos limpia y sutil que la de los pájaros de la<br />

playa, un idioma arcaico y desesperado que tartajea el pánico y la confusión.<br />

Desde la orilla del vado, río arriba, veo a Elisa y a Tomatis entrar, lentos, en el<br />

agua. Tomatis la precede, dando pasos cada vez más trabajosos a medida que la<br />

profundidad aumenta la resistencia del agua.<br />

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