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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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desenvoltura legendaria del ciudadano. Pero el bañero sabe, sin embargo, que la<br />

conversación será convencional, que el Gato, que se ha abstenido de saludar al<br />

pasar en dirección al agua, se ha visto en la obligación, al salir de ella, de<br />

aproximarse e intercambiar algunas palabras con las dos únicas personas visibles<br />

en toda la playa.<br />

Se para a dos metros de distancia, al exterior de la mancha de sombra tenue,<br />

llena de perforaciones luminosas, que proyecta el árbol sobre la arena blanquecina,<br />

sobre la gramilla rala y cenicienta. El pelo, un remolino liso pegado al cráneo y a<br />

las sienes, deja caer todavía, sobre los hombros, por el cuello y la frente, gotas de<br />

agua. El vello ralo y rubio del pecho está aplastado contra la piel. A la barba rubia<br />

de varios días la ha como oscurecido el chapuzón. Ha saludado antes de detenerse<br />

alzando un poco la mano derecha, hasta la altura del pecho, y dejándola caer en<br />

seguida. El bañero y el hombre del sombrero de paja responden al unísono, la voz<br />

del bañero un poco más grave que la del hombre ensombrerado que ha parecido,<br />

en cambio, más servicial. La respuesta a dúo, y los movimientos corteses que la<br />

han acompañado parecen despertar en él, observa el bañero, cierta sorpresa<br />

mezclada de confusión. Durante unos segundos el diálogo obligado después de los<br />

saludos tarda en recomenzar. Versa sobre la sequía, sobre los grandes calores,<br />

sobre el caballo blanco que sabía de vez en cuando bordear la orilla con su trote<br />

nervioso y que habían descubierto en un patio del pueblo esa mañana, lleno de<br />

tajos, con las tripas verdosas afuera y un tiro en la cabeza. Después deriva al tema<br />

de los bañistas: aparecen a media mañana, los corre la siesta, y a la tardecita se<br />

vuelven a mostrar. Por fin languidece, se entrecorta, y ya no puede recomenzar.<br />

Los tres hombres quedan en silencio, con los ojos demasiado abiertos y una sonrisa<br />

entre confusa y cortés que suplanta al diálogo imposible. Las voces, que han sido<br />

proferidas de un modo casi confidencial, excepción hecha de la del hombre del<br />

sombrero de paja, que es un poco más aguda que las otras, quedan como<br />

resonando en el aire, menos como voces que como sonidos a los que el aire pesado,<br />

pegajoso, opusiese una resistencia desmedida impidiendo su alejamiento y su<br />

extinción.<br />

Ahora que el Gato y el hombre del sombrero de paja han desaparecido, uno<br />

como aspirado por la fachada de la casa blanca, el otro ascendiendo a paso lento,<br />

casi penoso, el declive suave que conduce a la vereda protegida por la sombra<br />

espesa de los árboles, el bañero se ha vuelto a sentar, recogiendo casi al mismo<br />

tiempo la revista de historietas que reposaba junto al tronco del árbol y<br />

apoyándola sobre los muslos en declive que le sirven de atril.<br />

Durante varios minutos, absorto por la lectura, el bañero que, visto desde<br />

lejos, hubiese dado la impresión de ser un hombre adormecido o de piedra, se<br />

desentiende por completo de la realidad que lo rodea y permanece con las piernas<br />

plegadas, la cabeza incli<strong>nada</strong> hacia adelante, los ojos recorriendo plácidos las<br />

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