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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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menos concurrido. Algunos puestos están cerrados. La carne cruda cuelga de los<br />

ganchos por sobre los mostradores de las carnicerías. Se ven riñones, corazones,<br />

tripas que penden en ovillo. Sobre el mármol de los mostradores pueden verse,<br />

acomodados de a pares, testículos de toro. Costillares recubiertos de grasa se<br />

exhiben enteros o divididos en tiras. Hay recipientes de metal que desbordan de<br />

carne despedazada y en algunos puestos pueden verse medias reses enteras,<br />

enormes, que todavía no han sido fraccio<strong>nada</strong>s. A todo lo largo de los puestos<br />

corre una acequia diminuta, recta, que sirve para desagotar el agua de la limpieza<br />

cotidiana. En su fondo se estanca un hilito sanguinolento. De algunos pedazos de<br />

carne colgada gotea, regular, una sangre oscura. Cabezas despellejadas pero<br />

enteras, de vaca, de cordero, de cerdo, clavan unos ojos ciegos y uniformes en los<br />

clientes que se aproximan a los mostradores. De toda esa carne, que es sin duda<br />

fresca, emana un tufo ligero que llena la nariz de Elisa cuando, cargada de<br />

paquetes, sale por la puerta principal y comienza a caminar hacia el coche negro,<br />

estacionado en la próxima cuadra. Elisa atraviesa la bocacalle: la misma que ha<br />

atravesado en sentido inverso un rato antes, al venir del auto al mercado y la<br />

misma, por otra parte, en la que, el día anterior, cuando se disponía a atravesarla<br />

en el mismo sentido que ahora, sin saber cómo, debido a que el laco de su zapato<br />

había quedado clavado en el asfalto hirviente, se había encontrado de golpe en<br />

cuatro patas en medio de la calle, recogiendo uno a uno los objetos que se hablan<br />

salido del bolso de paja, dispersos a su alrededor.<br />

Simone, el encargado de la Agencia, charla con la secretaria. Tema: los<br />

caballos. A su modo de ver, toda la historia de los caballos no es más que una<br />

cortina de humo. Se trata, según Simone, de una maniobra del gobierno desti<strong>nada</strong><br />

a justificar desplazamientos misteriosos del ejército y de la policía. Ha debido<br />

haber, sin duda, caballos muertos, por accidente, o en el curso de algún tiroteo,<br />

pero toda esa campaña de los diarios, de la radio y de la televisión, según la cual<br />

desde hace meses, y en forma periódica, un asesino de caballos sale de noche a<br />

matar, movido por una fuerza irresistible, como Peter Lorre en "El vampiro negro",<br />

le parece, de más está decirlo, un poco novelesca.<br />

—Y sin embargo, es así —dice Elisa, saboreando el café que la secretaria ha<br />

preparado para los tres en la cocinita del fondo, sin dejar de intervenir, durante sus<br />

idas y venidas, en la conversación.<br />

Es así, dice Elisa. Encima del espeso bigote negro y de la nariz ganchuda, los<br />

ojitos de Simone siguen con interés su razonamiento, del mismo modo que los de<br />

la secretaria, que se inmovilizan por sobre la tacita blanca incli<strong>nada</strong> entre sus<br />

labios.<br />

—O puede ser así —rectifica Elisa—. No hay ninguna razón para descartar de<br />

antemano la posibilidad.<br />

Flaco, la cara oscura y nudosa, el pelo escarolado corto y achatado en la<br />

cabeza, la garganta semejante a una raíz gruesa, emergiendo del cuello abierto de<br />

su camisa celeste, Simone niega moviendo la cabeza con un gesto paradójico de<br />

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