Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
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figura humana, sentada al pie de un árbol, al final de la playa, cerca de las<br />
parrillas, es, aunque está inmóvil, el único vestigio de vida en la luz mineral. El<br />
Ladeado la ve un segundo después de haber aparecido sobre la barranca, saliendo<br />
de entre los árboles de la isla, y de haber contemplado sin parpadear, más allá del<br />
río liso, dorado, sin una sola arruga, la casa blanca.<br />
Las patas delanteras del bayo amarillo tocan el agua, y la sombra de jinete y<br />
caballo, achicada por la siesta, se proyecta, tenue, en el río. El aire es ligeramente<br />
más fresco que en lo alto de la barranca. Imperceptible, una ondita come y<br />
humedece la orilla. El olor del agua, súbito, sube hasta la nariz del Ladeado.<br />
Desde las patas del bayo amarillo sube un tumulto acuático, y el río<br />
convulsionado por el conjunto animal que avanza, lento, manda un ruido continuo<br />
y salpicaduras que destellan fugaces al sol y se estrellan, por momentos, contra la<br />
cara del Ladeado, que recoge las piernas sobre las ancas del caballo y queda casi<br />
como arrodillado sobre el lomo. Del otro lado del río, más allá de la playa, en la<br />
casa blanca, el torso desnudo del Gato aparece enmarcado por una de las ventanas.<br />
El frente blanco de la casa refulge en el sol cegador.<br />
Cuando pasa cerca de él, dejando atrás la playa, el hombre gordo, con un<br />
casquete blanco en la cabeza, sentado bajo un árbol, cerca de las parrillas, lo saluda<br />
con una inclinación de cabeza. El Ladeado lo imita sin desviar la cabeza, mirando<br />
siempre en dirección a la ventana en la que el Gato fuma, en silencio.<br />
Alguien se ha puesto, desde hace tiempo, a matar caballos. Llega de noche,<br />
aprovechando la oscuridad, cuando todo el mundo duerme, y le pega al animal un<br />
tiro en la cabeza. Va por el campo, por las islas, hoy en un punto de la costa,<br />
mañana en otro, asesinando inocentes. Es, según el Ladeado, pura maldad. Y ya<br />
van nueve.<br />
—Diez —dice el Gato—. Anoche mataron otro en Rincón.<br />
El Ladeado se lleva a la boca la feta oval de salamín, llena de incrustaciones<br />
blancas de grasa. Mastica lento, con la boca entreabierta. Los ojos, reunidos cerca<br />
de la nariz, no miran <strong>nada</strong> aunque ven la cara atenta, lustrosa, las mejillas cubiertas<br />
de barba rojiza de por lo menos una semana, del Gato cuyos músculos, incluso los<br />
de las sienes, se mueven en todos los sentidos, debido a la violencia con que<br />
mastica sus propias rodajas de salamín.<br />
El Ladeado se lleva a la boca una segunda feta de salamín, oval, llena de<br />
incrustaciones blancas de grasa. Mastica lento, con la boca entreabierta. La carne<br />
enjuta, de gusto fuerte, si bien opone una ligera resistencia a sus dientes<br />
meticulosos, cede en seguida y va convirtiéndose, en su boca, en una pasta<br />
blancuzca en la que persisten sin embargo algunos filamentos coriáceos. Por fin<br />
traga. Detrás del Gato, que mastica también lento y continuo en la cocina, la cortina<br />
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