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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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indeciso. La mano, despacio, levanta la pistola, apuntando hacia la cabeza del<br />

bayo:<br />

no. No: no es posible; inclinándose hacia adelante, mientras rema, el Ladeado<br />

sacude la cabeza. No: no es posible; no ha de elevarse, desde la oscuridad, la mano<br />

con la pistola ni ha de resonar, alterando la noche, la explosión. El sol refulge río<br />

arriba, y al echarse hacia atrás con todos los músculos en tensión, llevando hacia<br />

adelante los remos por debajo del agua, el Ladeado ve la casa blanca, medio tapada<br />

ya por los árboles, y los bañistas que evolucionan, reducidos ahora por la distancia,<br />

en la playa amarilla o en el borde del agua.<br />

A causa de la tormenta, que ennegrece la mañana, el río está como acerado y<br />

tan tranquilo, que la estela que ha venido dejando la canoa verde permanece,<br />

inmutable, en su lugar, mostrando la trayectoria de la canoa. Puede decirse que no<br />

sopla la menor brisa: los árboles, un poco más verdes, un poco más inmóviles, que<br />

medio sumergen la casa, parecen también más densos y más espesos en el aire<br />

ennegrecido. En el cielo bajo nubes gris humo se acumulan formando cadenas<br />

interminables de reborde grueso, como puntillas de acero. Únicamente el gordo, el<br />

bañero, está parado en la playa, cerca del agua, los brazos cruzados sobre el pecho<br />

desnudo, la cabeza descubierta mostrando la calva tostada. Se ha vuelto ahora en<br />

su dirección y lo mira bajar de la canoa. Un refucilo empalidece, durante una fracción<br />

de segundo, la mañana negra en la que la tormenta ha parecido poner al azar,<br />

aquí y allá, después de días y días, un poco de realidad.<br />

Uno en cada mano, los fardos de forraje se equilibran y le permiten avanzar<br />

rígido, los brazos un poco separados del cuerpo y las manos aferradas a la<br />

intersección del alambre con que los fardos vienen atados. Un refucilo,<br />

prolongado, verdoso, empalidece, momentáneo, el paisaje como un mal efecto de<br />

iluminación teatral.<br />

La casa parece desierta, vacía: las ventanas abiertas dejan ver la penumbra<br />

interior. El Ladeado gira la cabeza en dirección al gordo, que se ha vuelto ahora<br />

hacia él, siempre en la orilla del agua, para contemplarlo atravesar el espacio que<br />

separa la canoa verde, anclada un poco más allá de la playa, río abajo, de la casa<br />

blanca.<br />

Vuelta hacia la izquierda, la cabeza del Ladeado cuya mirada encuentra la del<br />

bañero, se eleva ligeramente: el sombrero de paja de ala redonda ajustado al<br />

contorno del cráneo, se inclina, obedeciendo al movimiento de la cabeza, rígido,<br />

hacia atrás.<br />

Al mismo tiempo que vuelve a girar en dirección opuesta, volviendo a estar<br />

otra vez de frente a la casa blanca, la cabeza del Ladeado baja otra vez de modo<br />

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