Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
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pretensión de detener la procreación e impedir el nacimiento de nuevas<br />
generaciones de objetos sexuales es una forma teórica de limitar las posibilidades<br />
de goce sexual. El odio hacia el puritanismo se podía también interpretar desde ese<br />
punto de vista: si los libertinos martirizan a la madre de Eugenia, debía ser por<br />
envidia, ya que su castidad la eximía de la obligación de tener que fornicar de la<br />
mañana a la noche. En ese punto de su lectura y de sus reflexiones, el Gato alza la<br />
cabeza del libro y se queda inmóvil, con la vista clavada en la cortina de lona azul<br />
que separa la cocina de la galería: de a poco, las imágenes de su lectura van<br />
disolviéndose, y la conciencia de estar despierto, solo en la cocina ilumi<strong>nada</strong>,<br />
sentado frente al libro, junto a su vaso de vino blanco, en la noche de verano, lo<br />
gana, gradual, hasta que es consciente de todo, tan consciente que se diría que lo es<br />
un poco más de lo que puede soportar, porque si en un primer momento<br />
experimenta, durante unos segundos, la sensación de estar entre las cosas, de<br />
reconocerlas una a una y de poder palparlas sin mediaciones en su consistencia<br />
real, de acceder a su verdadera materia, esa sensación desaparece casi de<br />
inmediato y es sustituida por la impresión penosa de estar abandonado en un<br />
fragmento cualquiera de un espacio y un tiempo infinitos, sin tener la menor idea<br />
del trayecto que ha debido cumplir para llegar hasta allí ni de qué modo deberá<br />
comportarse para salir. Durante los segundos que siguen, le parece que la cocina<br />
ilumi<strong>nada</strong>, como una plancha decorada, endeble, que flota en un vacío negro y sin<br />
límites, es el único ser frágil engarzado en una <strong>nada</strong> oscura, hasta que, de un modo<br />
súbito, sin transición, las paredes blancas, la puerta abierta y la cortina azul, el<br />
mantel a cuadros blancos y azules sobre el que reposan el vaso de vino, el libro<br />
abierto, el cenicero, los cigarrillos y los fósforos, las sillas vacías, se transforman a<br />
su vez en abismo, en presencia sin fondo cuya serenidad superficial retiene a duras<br />
penas el torbellino incesante que se agolpa en su reverso. Perplejo, el Gato pasea<br />
lenta su mirada por el recinto iluminado, como si esperase ver, de un momento a<br />
otro, las paredes blancas ondular, las líneas rectas de los respaldos de las sillas y de<br />
la puerta volverse sinuosas, el cuarto entero perder cohesión y empezar a<br />
desintegrarse. Un mosquito, uno solo, un puntito agrisado que ulula bajo, y que se<br />
pone a girar ante sus ojos buscando sin duda el punto de su cuerpo en el que ha de<br />
asentarse, lo saca de su ensueño y lo induce a sacudir dos o tres veces, de un modo<br />
mecánico, a la altura de su cara, la mano que baja después hacia el vaso de vino, lo<br />
recoge de sobre el mantel a cuadros blancos y azules, y lo dirige hacia la boca. El<br />
vaso, que estaba sin embargo casi lleno cuando la mano lo ha recogido, regresa<br />
vacío a la mesa.<br />
Los otros le eran exteriores: era difícil percibir con exactitud sus verdaderos<br />
deseos, sus verdaderos estados subjetivos, para poder compararlos con los propios<br />
determinando de ese modo el carácter universal o privado de la propia<br />
subjetividad. Si lo que le pasaba por dentro a él le pasaba también a los otros: tal<br />
era el problema que debía plantearse el Caballero de Mirval. Dolmancé iba<br />
formando, con sus cuerpos, las distintas posiciones, y cuando acababa de<br />
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