Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
de la pieza es pesado y está como mezclado a un olor indefinible. Todo está<br />
envuelto en una penumbra amarillenta.<br />
—¿Te arde todavía? —dice el Gato.<br />
Elisa sonríe y sacude la cabeza. Recoge el vaso lleno de limo<strong>nada</strong> y toma un<br />
trago largo, y después lo vuelve a dejar sobre la mesa de luz. El vaso, que contiene<br />
todavía un poco de limo<strong>nada</strong>, reposa ahora exactamente en el mismo lugar que<br />
ocupaba el vaso vacío y que el Gato está llevando ahora en dirección a la cocina.<br />
De sobre el mantel a cuadros blancos y azules sembrado de las migas ya<br />
endurecidas del almuerzo, el Gato recoge la jarra de limo<strong>nada</strong> y llena el vaso vacío<br />
de Elisa. Dos pedacitos de hielo pasan tintineando de la jarra al vaso. El Gato<br />
vuelve a depositar la jarra, ya casi vacía, sobre la mesa. Las paredes de la jarra<br />
están atravesadas de gotas frías y el vidrio aparece empañado en la proximidad de<br />
la base. A través del vidrio pueden verse los pedazos de limón, amontonados en el<br />
fondo, cuya pulpa ya no es más que una serie de filamentos exangües e incoloros.<br />
Dejando el vaso lleno sobre la mesa, el Gato se dirige hacia la cortina de lona azul<br />
rígida, y con el dorso de los dedos estirados la separa un poco del marco negro<br />
para observar por la abertura el patio trasero; la luz del exterior ilumina su cara<br />
comida por la barba rojiza. Afuera están la perezosa de lona anaranjada, los<br />
tambores de aceite acanalados y oxidados, el suelo sembrado de cubiertas y de<br />
baterías medio enterradas entre el pasto reseco, el bayo amarillo que mastica<br />
forraje, en el fondo, bajo los árboles.<br />
Al darse vuelta, después de soltar la cortina de lona azul que queda<br />
sacudiéndose a sus espaldas, el Gato ve a Elisa desembocar en la cocina viniendo,<br />
desnuda, descalza, y con el vaso en la mano, desde el dormitorio. Con un<br />
movimiento de cabeza, el Gato señala en dirección al patio trasero. Como si no lo<br />
hubiese visto, Elisa continúa caminando hacia la mesa. Ahora avanzan los dos,<br />
desde los extremos opuestos de la habitación a la mesa cubierta con el mantel a<br />
cuadros azules y blancos sobre el que reposa, junto al vaso lleno y entre las migas<br />
ya endurecidas del almuerzo, la jarra de limo<strong>nada</strong>.<br />
—Qué sed —dice el Gato, viendo a Elisa servirse su tercer vaso de limo<strong>nada</strong>.<br />
Elisa vuelve a depositar la jarra vacía sobre el mantel a cuadros blancos y azules:<br />
en su vaso, lleno hasta un poco más arriba de la mitad, el líquido grisáceo se agita<br />
todavía, atravesado de fragmentos de pulpa de limón y de granos de azúcar mal<br />
disueltos que giran y se sacuden en el centro de un torbellino minúsculo.<br />
Las dos palabras, que quedan resonando extrañamente en la cocina, y que<br />
han sonado nítidas acompañando el ruido del líquido al caer en el vaso, no<br />
obtienen ninguna respuesta. Es por contraste con su sonido ronco, repentino, que<br />
se advierte que, durante unos segundos, no viene ningún ruido ni ninguna voz de<br />
la playa.<br />
44