Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
pies del bayo amarillo.<br />
No conviene dejarlo demasiado tiempo inactivo ahí, bajo los árboles, en el<br />
patio trasero. Puede ponerse demasiado nervioso: enloquecer. Ningún animal<br />
soporta el aislamiento y la inactividad. El cerebro comienza a flotar a la deriva, los<br />
músculos se aflojan. Empiezan a dar vueltas en círculo, sin principio ni fin, sin una<br />
meta precisa. Es mucho mejor salir de tanto en tanto a campo abierto, correr, en<br />
línea recta, hacia algo, avanzar rápido, empleando la mayor fuerza posible, llegar.<br />
Por eso dice: esta tarde, o mañana, lo irá a varear. El Ladeado, llevando en la mano<br />
derecha la bolsita de plástico trasparente llena de cubitos de hielo, entra en la<br />
sombra de los árboles, espesa, casi sin filtraciones de luz, y su propia sombra, que<br />
había estado amonto<strong>nada</strong> a sus pies en la vereda de tierra endurecida, se borra.<br />
Hacia adelante ahora; y ahora hacia atrás. Hacia adelante. Ahora. Ahora hacia<br />
atrás. Otra vez, ahora, hacia adelante. Ahora otra vez hacia atrás. ¿Otra vez?<br />
Remando, río abajo, el cuerpo retorcido del Ladeado se balancea rítmico: cuando<br />
los remos, emergiendo del agua, en la proximidad de la proa, vienen por el aire<br />
hacia atrás, a la altura de la borda, el Ladeado se inclina hacia adelante, y cuando<br />
los remos, penetrando en el agua color caramelo vienen, debajo del agua,<br />
trabajosos, hacia adelante, el cuerpo del Ladeado todo en tensión por el esfuerzo se<br />
inclina, rígido, hacia atrás. De a saltos imperceptibles, la casa blanca, sobre cuya<br />
fachada lateral caen las ramas espesas, medio ocultándola, los bañistas, con trajes<br />
de baño de todos colores, que evolucionan en la reducida playa en declive, se<br />
alejan. El conjunto, bajo el cielo azul liso y el chisporroteo amarillo del sol que sube<br />
todavía, se reduce, de modo discontinuo, a cada golpe de los remos, el conjunto en<br />
el que cada cosa va achicándose, contrayéndose, sin perder, sin embargo, ni<br />
proporción en el todo ni nitidez.<br />
Ni un solo ruido se escucha en el pueblo. Las últimas luces eléctricas, los<br />
faroles en los ranchos de las afueras, ya se han, desde hace mucho rato, poco a<br />
poco, apagado. No quedan más que las luces débiles del alumbrado público, en las<br />
esquinas, inmóviles, porque ni la más mínima brisa sacude la noche. En cada cruce<br />
de calles un círculo débil de claridad alumbra el centro de la calle y roza las cuatro<br />
esquinas: todo el resto duerme sumido en una oscuridad cerrada que los árboles<br />
enormes, que sobrepasan en altura a las casas y que se levantan interminables, en<br />
el borde de las veredas, vuelven todavía más espesa. Ningún sonido: ni de hombre<br />
ni de animal. De golpe, en la oscuridad, algo, una sombra, se mueve. Es una<br />
sombra un poco más densa, recortándose confusa en la negrura, en una calle<br />
próxima a la plaza en la que la pared de la iglesia, alta, proyecta incluso una<br />
sombra adicional. Una sombra móvil, a diferencia de lo que sucede con el resto de<br />
las sombras en esa noche pegajosa en la que no se mueve <strong>nada</strong>. Va llenando, a<br />
medida que se desplaza, los intersticios, manchas, agujeros de luz que interfieren<br />
de tanto en tanto la sombra espesa que forman los árboles y las casas en la mitad<br />
37