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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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pasea entre ellos: han venido llegando, en grupos de a dos o tres, se han sacado la<br />

ropa, debajo de la cual traían los trajes de baño, y se han sentado o estirado sobre la<br />

arena o sobre toallas de colores. Algunos llegaban ya en traje de baño, los<br />

cigarrillos, los fósforos y algún frasco de bronceador en la mano, o en un bolso de<br />

paja. Los que vienen desde la ciudad han dejado sus coches en la cuneta de la calle<br />

arbolada que desemboca en la playa. Ahora, en que han de ser más de las siete, son<br />

casi una treintena. El bañero deberá juntar, mal que bien, cuando se retiren, la<br />

basura que dejarán. Dos o tres chicos juegan en la orilla, cavando la arena húmeda.<br />

La luz que declina y que viene, como desde una hoguera, desde detrás del pueblo<br />

o, más bien, desde la ciudad, se cuela, casi horizontal, por entre los árboles,<br />

nimbando las hojas de una aureola cintilante. El agua es violácea. Los bañistas que<br />

entran y salen de ella, corriendo, levantan penachos blanquecinos que se<br />

tornasolan, fugaces, y vuelven a entrar en la corriente. Tiradas en el suelo, las<br />

mujeres, con los ojos cerrados, respiran apenas. Los hombres, sentados junto a<br />

ellas, fuman y miran, en silencio, a su alrededor. Pero hay también las voces, los<br />

gritos, las risas, proferidos no se sabe bien por quién, que al elevarse parecen<br />

chocar varias veces contra una materia que se les resiste antes de mitigarse y<br />

desaparecer. La orilla se agita con el ir y venir de los bañistas que, al salir del agua,<br />

van dejando huellas húmedas que se perlan en unas bolitas blandas de arena<br />

ennegrecida, agluti<strong>nada</strong>s en la humedad que parecen ir sembrando los pies. Al<br />

salir del río, los cuerpos chorrean agua y aunque no sopla la más mínima brisa,<br />

cinco minutos más tarde están secos como si <strong>nunca</strong> hubiesen entrado en el agua,<br />

excepción hecha de los cabellos que van despegándose despacio del cráneo y que<br />

el contacto con el agua ha oscurecido y alisado un poco. Las mujeres acostadas<br />

boca abajo apoyan el mentón o la mejilla sobre las manos encimadas, y como sus<br />

tetas se aplastan contra las toallas de colores, puede vérselas aparecer un poco por<br />

los costados del corpiño, más blancas que el resto de la piel, junto a las axilas, en<br />

tanto que, debido a la posición del cuerpo, las cinturas se arquean y las nalgas se<br />

vuelven más redondas, más compactas y más prominentes. Las que están boca<br />

arriba dejan ver el ombligo en el centro del vientre y una ligerísima línea de vello<br />

que desciende hacia el pubis perdiéndose bajo el calzón de la bikini triangular que<br />

cubre el monte de Venus. Los hombres muestran, bajo sus mallas ajustadas, la<br />

protuberancia de los genitales amontonados por la presión del tejido elástico. Los<br />

que tienen la piel blanca se distinguen de inmediato de los otros: o bien se han<br />

abstenido de venir a la playa desde el comienzo del veraneo, o bien el sol no<br />

prende en sus pieles lechosas. La piel de la mayor parte de los bañistas, sin<br />

embargo, va del color té, o cognac, más bien, al marrón oscuro. A veces puede<br />

verse, en el bajo vientre, una línea blanca que recorre todo el perímetro del cuerpo<br />

y que sugiere el color de la parte protegida del sol por los trajes de baño. La arena<br />

va llenándose de marcas, de huellas, de agujeros, de montículos, de papeles<br />

arrugados, de paquetes de cigarrillos vacíos o de carozos de duraznos, de<br />

cigarrillos enteramente consumidos de los que no queda más que el filtro, de<br />

frascos de bronceador vacíos. Un ruido acuático casi continuo, que cambia de tanto<br />

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