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Saer, Juan José – Nadie nada nunca - Lengua, Literatura y ...

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Lleva una bolsita de plástico transparente en la mano, llena sin duda de<br />

cubitos de hielo. El bañero lo ve bajar el declive, alejarse en línea oblicua de la<br />

playa propiamente dicha, ir acercándose a la canoa verde. Ya lo ha visto pasar,<br />

media hora antes, con los fardos cúbicos de forraje. Ahora, habiéndose liberado de<br />

su peso en el patio trasero de los Garay, su cuerpo no ha ganado casi en<br />

desenvoltura: la cabeza, protegida por el sombrero de paja de ala redonda, se<br />

hunde entre los hombros torcidos y el cuerpo parece inexistente dentro de la<br />

camisa y el pantalón demasiado amplios y de un color indefinible. El bañero se<br />

acuclilla junto a su bolso y, con gran cuidado, para no arrugar ni llenar de arena su<br />

pantalón doblado ni desacomodar el diario y las revistas, saca su casquete blanco<br />

de bañero y se lo calza en la cabeza mientras se incorpora, jadeando un poco.<br />

Cuando se da vuelta, el bañero comprueba que el Ladeado ya ha entrado en la<br />

canoa y que, terminando de sentarse, comienza a maniobrar con los remos para<br />

alejarse de la orilla. Primero retrocede un poco manejando los dos remos, y cuando<br />

se ha separado unos metros de la orilla, se pone a maniobrar con uno solo para<br />

enderezar la proa río abajo hasta que lo logra y recomienza a remar con los dos.<br />

Hasta el bañero llega, apagado, el chapoteo de los remos en el agua, más próximo<br />

sin embargo que el tumulto que viene desde la playa.<br />

Ha venido alejándose en línea oblicua desde la playa, contra el fondo de los<br />

bañistas dispersos sobre la arena en distintas posiciones, cuyo tumulto llega hasta<br />

los oídos del bañero. Mientras el bañero se acuclillaba para sacar su casquete<br />

blanco del bolso, ha llegado hasta la canoa y, sentándose en el medio, de espaldas<br />

al centro del río, se ha puesto a remar con los dos remos para alejarse de la orilla,<br />

con uno solo en seguida, para enderezar la proa río abajo, y de nuevo con los dos<br />

cuando ha obtenido la posición buscada. Ahora rema con ritmo regular aguas<br />

abajo, por el centro del río.<br />

Cuando se da vuelta y empieza a caminar, lento, hacia la playa, el bañero trae<br />

consigo, nítida todavía, la imagen de la canoa verde alejándose a sus espaldas<br />

aguas abajo por el centro del río, con su tripulante que se inclina, rítmico, hacia<br />

adelante y hacia atrás, maniobrando con los remos, de espaldas a la dirección que<br />

lleva, mientras la canoa va dejado una estela lisa que se ensancha y sobre la que la<br />

luz del sol cercano del cénit reverbera. Cuando ya en medio de la playa,<br />

paseándose entre los bañistas, la vuelve a ver, el tamaño de la canoa se ha reducido<br />

de un modo considerable, y ya apenas si se distinguen los detalles. Es una<br />

embarcación chiquita, que se aleja río abajo —y el hecho de que esté alelándose en<br />

realidad lo sabe, en vez de percibirlo— como suspendida y sin peso en la luz<br />

desmesurada. El bañero se queda inmóvil unos segundos, contemplándola.<br />

Después, dirigiendo la mirada hacia la casa blanca, ve al Gato Garay, cuyo torso<br />

desnudo asoma por la ventana. En el espacio abierto frente a la casa, cubierto de<br />

pasto ralo, dos chicos se revuelcan en el suelo, luchando y vociferando, por puro<br />

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